El artista como activista en Nicaragua, Perú y Cuba
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La sala se vuelve oscura y los últimos miembros de la audiencia rápidamente buscan asiento en la parte trasera de una vieja capilla. Cuidando de no tropezar con los vasos de plásticos llenos de vino, los últimos en sentarse no se aperciben del círculo de luz proyectado contra la pared negra enfrente ellos. El círculo crece poco a poco y dentro de él se van definiendo en blanco y negro las siluetas de hombres a caballo que corren hacia una figura más chica colgada, un pato, que se balancea como un péndulo. El sonido de alguien murmurando, casi imperceptible al principio, llena la sala y se transforma en jadeos y una respiración alterada y dificultosa. La sensación intensamente claustrofóbica y el sonido transmutan la sala y las imágenes borrosas abarcan toda la pared, hasta que todo se vuelve oscuro y hay silencio. En un altar cubierto de hojas y enredaderas, Elyla aparece sentada en travestismo colonial.
Elyla Sinvergüenza es una artista de performance de Nicaragua que presentó en Nueva York su nueva pieza “San Pedro – Carrera de Patos” en marzo de 2019. Era una pieza diferente a mucho de su trabajo anterior, generalmente desarrollado alrededor de una peregrinación a través de calles, plazas u otros espacios muy públicos. Son los espacios donde empezó a hacer performances e intervenciones callejeras para comunicar una rabia sin filtros e inmediata, a causa de sus experiencias como persona cuir y que surgieron mucho antes de empezar su educación en arte contemporáneo. Cuando regresó a Managua unos días más tarde de su performance, no estaba segura qué se iba a encontrar. Esas mismas calles que ha utilizado como telar de su trabajo estaban aún tomadas por una brutal represión que ha causado más de 320 muertos y forzado a más de 70.000 personas al exilio. Cuando le pregunté si creía que el arte puede ofrecer una alternativa a la situación actual de Nicaragua, respondió: “Solo se me viene a la mente la frase de una canción de Anthony and the Johnsons que se traduce a ‘de los cadáveres flores nacen’. Ahí estamos, queriendo nacer, ser flores, resistencia pura. No nos pueden matar a todas, vamos a nacer miles más. El arte es más que un arma alternativa...es un camino a tomar y muchos lo estamos haciendo”.
Con el objetivo de tener una mejor entendimiento de cómo ven los artistas actuales en América Latina su lugar en el mundo de arte y mundo del activismo, entrevisté a Elyla y otros dos artistas. Yanelys Nuñez Leyva, curadora e historiadora del arte cubana, trabajó para una galería de arte del gobierno pero fue echada por co-fundar la plataforma digital el Museo de la Disidencia en Cuba. Desde ese momento no ha habido vuelta atrás para ella, y se ha dedicado a darle nueva vida al concepto de disidencia y al activismo cultural en la isla, aun desde el exilio. Por su parte, Atoq Ramón, fotógrafo y gestor cultural de Perú, ni siquiera se consideraba artista en un principio. Sin embargo, sus experiencias como fotógrafo lo han llevado a documentar el movimiento del hip-hop en Perú, la violencia policial, y ahora como uno de los organizadores del Festival Extramuros, en apoyar y dar visibilidad en propuestas culturales que pocas veces llegan al círculo exclusivo del arte institucional. Antes de empezar las entrevistas, era consciente que sería imposible – y es más nada recomendable – intentar hacer conclusiones sobre el estado del artivismo en la región en base a tres experiencias muy diferentes, pero si me interesaba ver si habían puntos en común. Cada uno de estos artistas busca en su práctica artística o en sus acciones desafiar el status quo y subrayar temas y grupos que no se ven representados en el mundo institucional del arte y de la política.
Lo que sí se puede decir de forma general, es que el arte en países de América Latina no sólo ha servido como una importante alternativa para procesar el impacto de conflictos, dictaduras, crisis, sino también una manera constante de proponer otras realidades más radicales e inclusivas. Este propósito del arte se ve y es problematizado en el trabajo de cada uno de estos artistas. Esté más puesto el enfoque sobre el arte activista o sobre el activismo artístico, aquellos artistas, tanto miembros consagrados como actores independientes del mundo del arte y del activismo respectivamente, están en una posición privilegiada para lograr un impacto diferente. En las palabras del profesor y escritor Stephen Duncombe, el activismo tiene como objetivo derribar estructuras tradicionales de poder y el arte puede impactar las emociones de audiencias en orden de despertarlas y movilizarlas. La unión de estas estrategias es lo que se necesita para lograr un impacto, como explica Yanelys: “El arte permite jugar con todo un imaginario para hacer convocatorias de mayor alcance, y con las herramientas que da el activismo, hacer una grieta”.
Esta unión del arte y el activismo tiene una resonancia emocional e histórica enorme cuando se considera el trabajo de artistas que surgieron en respuesta a las dictaduras militares y los gobiernos represivos de las décadas 70 y 80. Ha inspirado un interés creciente entre los grandes museos en explorar los artistas que fueron ignorados hace décadas o fueron considerado demasiado políticos, como se advierte en las exhibiciones recientes “Radical Women: Latin American Art, 1960–1985” del Brooklyn Museum, o “Perder la forma humana” y “Activismo Artístico en América Latina” del Reina Sofía. Aunque el interés y merecido reconocimiento años más tarde para estos artistas es sin duda positivo, podemos ver que la misma falta de reconocimiento en los espacios artísticos y culturales mainstream, plaga a los numerosos individuos o colectivos que actualmente eligen el arte como vehículo de cambio y que lo ven inseparable de sus preocupaciones políticas y sociales. “En el mundo del arte institucional, lo que prima es el artista y su obra y se valida sólo si es expuesto en un espacio que también está validado. Todo esto es un círculo muy cerrado.” dice Atoq sobre el sector de arte en Perú.
Elyla ha enfrentado simultáneamente el reconocimiento y el rechazo, pero aun así logra producir obras que son visualmente deslumbrantes e irreverentes de los poderes y las normas que critica. En sus palabras, “busco encontrar fisuras donde insertar desconcierto y desestabilizar la norma”. Fue una de las artistas más jóvenes en ser invitada a inaugurar la Bienal de Artes Visuales en Nicaragua en el 2014, aunque fue desinvitada a último momento. Las razones dadas fueron confusas, pero luego se supo que fue la primera dama y vicepresidenta Rosario Murillo quien contactó directamente a los organizadores de la Bienal y reclamó que no fuera incluida. De todos modos, Elyla llevó a cabo igual su performance planeada, llamada “Solo fantasía…”. Su marcha por la histórica Avenida Bolívar reflejó mucho de los temas recurrentes de su trabajo: travestismo, fantasía, cuestionar la historia oficial usando/reutilizando símbolos patrios y cuestionando su esencia colonialista, racista y machista. Otra performance llamada “Yo (no) tengo miedo de tanta realidad” se refiere a un viejo poema escrito por Murillo donde describe su temor por las pequeñas hormigas. En 2018, dos días después del comienzo de las protestas, la vicepresidenta utiliza devuelta el mismo lenguaje que uso para describir las hormigas que la acechaban para describir a todos los manifestantes como “seres pequeños, diminutos con pequeños pensamientos, agenda y conciencias”.
En respuesta, Elyla realizó una performance en dos partes, una primera caminando a través de San Francisco y otra en Ciudad de México, en las que soltó más de 300 hormigas frente al consulado de Nicaragua mientras recitaba los nombres de activistas, estudiantes, líderes sociales y campesinos muertos durante las protestas. Su cuerpo completamente pintado de rojo y negro en uno (colores del partido Sandinista) y azul y blanco en otro (colores usados por el movimiento conservador) critican los dos lados del espectro político por su invisibilización y rechazo a los cuerpos cuir. La imagen de la hormiga se vuelve así un símbolo de las personas que luchan y resisten desde lo colectivo. Flores, hormigas: visuales de resistencia que se repiten y dejan sus huellas.
A pesar de exponer su obra mayormente para el mundo de arte, Elyla reconoce que “los espacios del arte contemporáneo o las escenas las cuales [conoce], son sumamente conservadoras, clasistas, elitistas, sexistas, heteronormadas, coloniales”. Ella pone en duda que cuestionar todo eso pueda hacerse desde el arte mainstream, pero insiste en que sí es importante tenerlo como objetivo y así “apelar a las sensibilidades del pueblo y generar reflexión”. Recomienda visitar el proyecto Filoteos de Espira Espora, la única escuela de arte contemporáneo en Nicaragua, que explora estos desafíos. Espira fue un lugar clave en su desarrollo como artista crítica, pero también reconoce el impacto de una mezcla de educación “formal, no formal, de calle” para mantener esa tensión “dentro-fuera.” Teniendo en cuenta que es muy difícil el acceso a la educación formal en las artes o tener el capital económico para invertir en una práctica artística, subraya la importancia de lo que se ha logrado dar lugar: “un gran aprendizaje sensitivo, afectivo, experimental que da lugar a nuevas visualidades estéticas honestas y de mucha calidad que siguen forjando reflexiones importantes dentro de la cultura y denunciando realidades que nuestros estados quieren borrar.” Elyla hace hincapié en un arte localizado, asegurándose de pasar varias semanas antes de una performance con la comunidad, ya que sus miembros colaboran en la conceptualización y producción de la performance, además de ser su audiencia final. Aunque sus performances investigativas/exploratorias suelen nacer de inquietudes personales muy específicas, cada proyecto suele requerir distintos tipos de creación colectiva o de arte relacional.
Etiquetar el tipo de trabajo que artistas como Elyla hacen ha preocupado a muchos eruditos y críticos. Hay debates sobre la diferencia entre el arte activista y el activismo artístico, cómo medir su impacto y la autenticidad del compromiso activista de artistas que adoptan causas. La curadora y escritora Nina Felshin se ha enfocado en los métodos y objetivos del arte activista y cómo eso lo diferencia del arte institucional en el libro But is it Art? The Spirit of Art as Activism. No solo destaca los “altos niveles de investigación preliminar, actividades de organización y orientación de participantes que están en el centro de los métodos colaborativos de ejecución”, sino también que “el arte activista, tanto en sus formas y sus métodos, está enfocado en un proceso, más que orientado hacia la creación de un producto u objeto, y toma lugar generalmente en intervenciones temporales en vez de espaciales, dentro del contexto del mundo del arte”. Aunque esa palabra no se utiliza ni una vez en el libro, se centra en lo que muchos ahora simplemente etiquetarían como “artivismo”.
El término “artivismo” es una palabra que se utiliza desde hace unos años y que ha sido popularizado por artistas con reconocimiento global como Ai Weiwei o el grupo musical Pussy Riot. “Puede parecer el término perfecto para lo que hago,” dice Atoq, “Por un lado mi fotografía, por otro lado mi activismo. Pero nunca me he definido así”. Atoq cuenta que es un término que escuchó por primera vez en uno de los encuentros regionales de Mediactivismo-Facción en Montevideo en 2014. Aun así le resiste, ya que siente que las propuestas que surgen bajo el concepto de “artivismo” tienen una dinámica de círculo cerrado, donde la gente ya se conoce y muchas veces no se involucra realmente en procesos sociales. Los que sí están involucrados, en cambio, tienden a darse otro nombre.
Al principio, Atoq no se consideraba artista, sino más bien un comunicador popular. A través de su fotografía y trabajo visual quería crear una alternativa a los medios hegemónicos que llegase a la mayoría. Lo que él hacía lo llamaba “contrainformación.” Empezó este trabajo al involucrarse con los colectivos de hip hop de Lima, e influenciado por ese movimiento fue uno de los fundadores de Maldeojo. Este colectivo de fotografía y contrainformación denunciaba, a través de las redes sociales, la represión y criminalización de la protesta social. Un año después fundó Jauría, red de fotógrafos documentales, en Lima. Se inició compartiendo todo por las redes sociales, pero rápidamente se dio cuenta de que no era suficiente. “Mi público era más bien de redes sociales, y yo pensaba al principio que estaba generando un gran cambio. Pero después me di cuenta de que solo llegaba a mis contactos y a los contactos de mis contactos. Era un público de mi edad con intereses muy similares, estaban ya en la misma onda. Cuando me di cuenta de eso, me dije que no estaba haciendo mucho, y me puse a pegar fotos en la calle, buscando involucrar no sólo a mis contactos, sino a gente que transita por esos lugares cotidianamente.” Empezó a hacer fotozines e intervenciones callejeras, buscando involucrar a gente que transita por los mismos sitios, pero nunca habían tenido la oportunidad de interactuar. Lo visual nació de un instinto político más que artístico, a través del cual él buscaba cómo aportar a causas sociales y establecer nuevas formas de diálogo. Esa consigna se mantuvo clara hasta que en 2017 cuando recibió un disparo por la policía y casi perdió el ojo izquierdo mientras cubría una protesta.
Fue a principios del año, cuando Atoq se encontraba en el medio de una protesta por el alza del precios de peajes. Después de que manifestantes prendieran fuego a varias garitas de peaje, la policía respondió con tanques, gases lacrimógenos y perdigones. Atoq, incapaz de sacar fotos a la distancia y viendo heridos, cruzó la vía principal y se encontró atrapado entre la policía y un cerro, al igual que todos los manifestantes. Llevaba la identificación clara de fotoperiodista, pero, aun así, o tal vez por eso mismo, recibió cinco perdigones, uno en el ojo izquierdo que casi le hacen perder la vista. Un segundo antes Atoq capturaba de otra forma al policía responsable: tiene una foto del hombre en el momento justo en que le apunta. Es el único momento que se enfrentan cara a cara. Desde ese momento, Atoq ha vivido en carne propia el laberinto sin salida que tiende a ser la búsqueda de justicia. A pesar del apoyo de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos nadie ha sido sentenciado y no pudo acceder a ningún tipo de ayuda de Peru21, el medio con el que trabajaba en ese tiempo.
Por más de un año Atoq dejó de tomar fotos y se alejó por un tiempo del mundo social de Perú. Su rol en la organización del Festival Extramuros este pasado agosto fue para él una forma de regresar al activismo y de hacer arte y volver a lo que hacía antes. “Como gestor cultural, siento que puedo llegar a un público distinto, que no solo elegimos porque nos sentimos cercanos. Como fotógrafo no hubiera podido llegar a tanto”. El festival inaugural fue una muestra de fotografía e identidad en los barrios que los organizadores describen como “un encuentro de arte y comunidad que plantea la reflexión y la creación colectiva a través de la imagen”. Atoq dijo que antes intentaba comunicar a través de la fotografía y ahora lo que trata es generar espacios para que los vecinos puedan crear su memoria colectiva y compartir experiencias que muchas veces uno no conoce o son ignoradas porque viven en la periferia, pero que es igual de válida. Como todo lo que había hecho hasta ahora, la iniciativa vino por una motivación personal. En los participantes del festival se vio reflejado como alguien de una generación joven, como migrante y como hijo de una mujer quechua-hablante que se mudó a Lima en busca de oportunidades diferentes. Con este nuevo espacio, los organizadores del festival buscan reavivar el interés de las generaciones más jóvenes por su identidad y valorar historias que no han sido incluidas en la historia oficial de Perú.
La propuesta no busca ser nada menos que transformadora. Consciente del revisionismo histórico que ha llevado a la clase política a quitarle la responsabilidad de la guerra de los 80 y 90 al gobierno y los militares, Atoq se interesa por las historias silenciadas o ignoradas de aquellos afectados por los militares o de quienes optaron por la lucha armada. Con estos temas pesados y dolorosos no es fácil mantener el diálogo abierto. “Si quiero que el mensaje o el cuestionamiento se haga popular y masivo no puedo tener un mensaje confrontacional siempre. Lo que genera diálogo es la pregunta. Yo prefiero decir, ‘no sé exactamente lo que pasó, pero hay que dialogar, hay que hablar con las personas mayores.’ Si bien yo tengo una posición política e ideas claras, mi objetivo es generar diálogo. Y el arte puede hacer eso mucho mejor que un partido político que aparece cada 5 años por el barrio a regalar cosas antes de las elecciones”.
Atoq resalta que, aunque el proyecto recibió la validación de universidades y del Ministerio de Cultura - que apoya el festival - eso también genera una tensión entre los objetivos del colectivo y los del gobierno. Aunque el ministerio les pidió medir su impacto contando cuánta gente participa en los talleres, para Atoq lo más importante era dejar algo concreto en los barrios después del festival y sumarlo al trabajo que ya venían haciendo las organizaciones locales con las que están colaborando. “Nosotros al ir a estos barrios buscamos alianzas, buscamos organizaciones culturales que ya estén haciendo el trabajo. El festival puede que no se repita, que quede sólo como una linda experiencia para los vecinos; pero el trabajo cultural de estas organizaciones no es pasajero. Para nosotros eran fundamentales estas alianzas y el impacto para nosotros es decir que estamos sumando al trabajo que ya existe pero que no está tan reconocido.”
El trabajo de los artistas tiene una capacidad particular para resistir y problematizar las etiquetas y suposiciones que invisibiliza a ciertos grupos mientras redobla el poder de otros pocos. Esta habilidad muchas veces nace y se desarrolla a partir del rechazo del artistas a categorías que se le han aplicado. De la misma forma que Atoq duda en describirse como artivista, muchos artistas resisten en su trabajo y discurso a ser rápidamente identificados como “artistas latinoamericanos.” “Una se identifica como latino/a ya por cansancio o para no coger lucha diaria,” dice Elyla refiriéndose a la falta de conocimiento tanto en Nicaragua como en Estados Unidos sobre la historia del colonialismo en su país. Lo crucial para ella sería un proceso decolonial de los sistemas de educación que invisibilizan a los pueblos indígenas y “continúan sosteniendo el poder de los estados-naciones capitalistas, coloniales, corruptos y fachos de nuestros territorios. Esa es la Latinoamérica a la que uno se enfrenta y que ve como una farsa exotizada por académicos, artistas y folkloristas”. Pero también admite la dificultad en encontrar una alternativa que “tome en cuenta la cercanía territorial, la historia en común, el cierto adn cultural de que se compone.” Eso todavía no lo ha encontrado.
Para Atoq lo que une es realzar la historia en común, las sabidurías ancestrales, las prácticas comunitarias y celebrar el hecho que exista una identidad en común que no haya sido exterminada. Especialmente cuando viaja le parece importante no pensar como peruano, sino como parte de una colectividad más grande que las definidas por fronteras/barreras. Yanelys también hace eco a la importancia de esa historia en común, pero advierte que no por eso siente que haya un sentimiento de hermandad o solidaridad automático. “Durante la escuela siempre se ha dicho que Cuba tiene un vínculo con Latinoamérica, pero yo nunca había sentido eso. [...] La experiencia de organizar la Bienal 00 me permitió saber de las luchas de otros artistas en la región. Pude hablar con artistas de todas partes, un colectivo de mexicanas el colectivo 250 que estaban vinculados con la campaña contra los femicidios en México, brasileños a favor de la recuperación de la memoria histórica cultural, performers que trabajan con el tema de lo disidente...Pude entender sus proyectos, entender que pensaban y decirme éstas son las mismas luchas. Aunque ellos puedan asociarse, o tengan otras preocupaciones como que les están matando los líderes sociales a los campesinos, o que les están matando a sus mujeres.”
Las comparaciones que generalizan el mundo del arte y el activismo cultural en la región se desbaratan fácilmente y aún más cuando uno se sumerge en el mundo del arte de Cuba. Cuba, reconocida en el mundo entero por su nivel y volumen de producción artística, a la vez tiene un sector cultural e instituciones que premian y castigan dependiendo del nivel de adhesión a las políticas del estado. La censura en el arte, como la prohibición de la película P.M. o el caso Padilla en los principios de la Revolución, son antecedentes que mantienen muy en su mente los artistas independientes que se han vistos señalados por una nueva ley, el Decreto 349, que entró vigor en diciembre de 2018. Difícilmente se podía vivir antes como artista independiente fuera de los márgenes de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, pero con la ‘apertura’ de la economía y la lenta expansión de internet en la isla, hay una generación de artistas independientes ávidos por tener audiencias más grandes y comercializar sus obras. Quieren ser y crear la alternativa a un sector cultural que se ha regido por el gobierno, y están cada vez más organizados y activos.
Yanelys Nuñez Leyva es una de estos artistas. Curadora e historiadora de arte de oficio, es co-fundadora de la plataforma digital el Museo de la Disidencia, un espacio que busca recontextualizar y naturalizar el concepto de disidencia en Cuba. Ha estado involucrada en la organización y defensa de las más importantes iniciativas del arte independiente en Cuba en los últimos tiempos, entre ellos la bienal alternativa, la #00 Bienal de Habana y la campaña “Artistas cubanxs en contra del Decreto 349.” Su trayectoria hacia el activismo fue un camino progresivo, influenciado por figuras como Zona Omni Franca y Sandra Cabellos, pero una vez llegada, no había paso atrás. “Yo trabajo en el mundo del arte y al activismo llegó por necesidad, al volverme consciente que de otra forma yo no podría trabajar,” explica cuando se le pregunta si se considera artista o activista primero. No siente conflicto entre esas áreas de su vida y resalta el potencial que tiene el arte para tener una convocatoria más amplia y abordar temas de forma creativa, desde la ironía y el sarcasmo. Incluso, considera que los artistas tienen más libertades que los activistas políticos, ya que se los ve como parte de una categoría romántica y se los toma menos seriamente. Esta “protección” es algo que aprovechan Yanelys y otros individuos involucrados en el activismo cultural, como Luis Manuel Otero Alcántara, Amaury Pacheco, Iris Ruiz, Estudiante Sin Semilla, Verónica Vega, José Ernesto Alonso, Yasser Castellanos, entre otros. Con propuestas visuales atractivas y activaciones públicas ella espera no solo involucrar a más gente que está desilusionada o inmovilizada por apatía, sino también apoyar otras iniciativas sociales que están surgiendo con cada vez más fuerza y que van más allá del ámbito del arte.
Su pelea por un sector cultural independiente libre la ha dado en un sinfín de escenarios, pero en 21 de julio de 2018 este fue el mismo Capitolio de la Habana. En esa ocasión se vio forzada a tomar una decisión inesperada, durante una acción de protesta donde el artista Luis Manuel Otero Alcántara planeaba cubrirse de excrementos humanos en protesta a las nuevas regulaciones anunciadas bajo el Decreto 349 y al rechazo del gobierno a dialogar con artistas. Cuando Yanelys llego parecía que la acción había terminado antes de comenzar ya que el artista y sus colegas habían sido arrestados mientras estaban sentados en los escalones del Capitolio entre turistas confundidos y paseantes apurados. Entre la rabia y la impotencia, decidió tomar las cosas en sus propias manos. Yanelys explica que aunque nunca hubo un plan B, ella decidió llevar adelante la acción y asegurarse que todos los arrestos tuviesen un motivo “Tuve el instinto porque quería que los arrestos tengan un efecto, que sea por lo que hicimos y no por lo queríamos hacer”. En el video se la ve cruzando la calle hasta llegar frente al Capitolio, gritando las razones de la protesta, y a diferencia de los otros artistas fue la única que no fue arrestada. Lo que buscaban era forzar un diálogo frente a la negativa del gobierno, y la inspiración provenía de una práctica de los prisioneros cubanos, que se cubren de excrementos cuando quieren protestar por sus derechos y así evitan que las autoridades los aprehendan. Yanelys dijo lo que tenía que decir, la historia captura la atención de los medios internacionales, y aun cubierta de mierda fue a buscar sus compañeros detenidos.
La acción en los peldaños del Capitolio marca un momento importante para el Movimiento de San Isidro—un colectivo forjado por el calor de la campaña en contra del Decreto 349. Antes de la campaña, el grupo había estado activo organizando varios eventos y propuestas, entre ellos el más importante, la #00 Bienal de la Habana en mayo de 2018, una convocatoria que involucró a más de 170 artistas durante diez días de programación. “Aunque la Bienal 00 tenía una proyección hacia la comunidad, íbamos dentro de las casas de los artistas y de una u otra forma se beneficiaba el vecindario, era una obra, un gesto político que estaba dirigido al mundo del arte y las instituciones”. Ese evento cementó la conciencia del grupo, sus objetivos, y tras varios arrestos e intimidaciones los preparó para abrirse y lograr su próximo paso, una campaña por la derogación del Decreto 349, una ley que crea restricciones adicionales para la producción artística (en especial la independiente o políticamente “incorrecta”). La campaña contra el decreto involucró a muchísimos sectores de la comunidad cubana, tanto dentro del país como afuera. Se produjo un video de música, hubo varias cartas públicas firmadas, convocatorias a discusiones, varias acciones de protestas, conciertos en protesta y una invitación a una meditación colectiva que nunca ocurrió porque todos los organizadores fueron arrestados antes de llegar o se les impidió salir de sus casas. Publicaciones como The Art Newspaper, Frieze, Hyperallergic, E-flux y Reuters publicaron información al respecto y artistas reconocidos como Coco Fusco escribieron excelentes notas.
El forcejeo por asegurar que todos tengan el espacio y el privilegio de crear y cuestionar en Cuba, también se extiende al pasado. Dentro de una rica tradición de artistas y colectivos que utilizaron las herramientas del mundo activista, a veces sin saberlo, para criticar las instituciones y provocar al mundo del arte, Yanelys nombra al colectivo Zona Omni Franca y a Espacio Aglutinador de Sandra Ceballos como referentes. Había escuchado de Zona Omni Franca cuando estudiaba historia del arte, pero no desde el punto de vista del arte activista. Luego conoció a sus miembros y aún guarda un gran respeto para este colectivo cultural autodidacta, de hombres mayoritariamente negros, que trabajaron en Alamar, una zona periférica de La Habana, creadores del Festival de Poesía Sin Fin y que se impusieron “a fuerza de resistencia” en el mundo del arte.
A través del Museo de la Disidencia, Yanelys se identifica con la línea de acción de Sandra Ceballos, fundadora y defensora del Espacio Aglutinador, una galería y laboratorio de experimentación y resistencia donde desde 1994 han pasado todos o casi todos los ahora artistas consagrados de Cuba. Uno de sus últimos proyectos fue una exhibición hecha en colaboración con la artista y crítica de arte Coco Fusco. La exhibición llamada Malditos de la Posguerra “busca rescatar a los artistas que han sido invisibilizados o que si tenían un lugar en su momento en las instituciones culturales oficiales, fueron desechados.” El mérito de este trabajo de visibilización es para Yanely enorme. “Sandra hace eventos expositivos, investigación, intenta hacer catálogos para dejar memoria de las exposiciones, y nosotros [Museo de la Disidencia] lo hacemos utilizando las redes, intentando hacerlo más accesible, así no se queda solo en el mundo del arte, así toda la gente que se quieran acercar al mundo del arte pueda acceder en línea a ver todo eso.”
La plataforma de Museo de la Disidencia busca lograr este impacto de dos formas: a través de la investigación y creación de archivos digitales, y organizando activaciones que conectan estos archivos a distintos públicos. El proyecto Museo de Arte Políticamente Incómodo investiga y archiva ejemplos de arte disidente antes, durante y después de la revolución, especialmente aquellos que han sido ignorados en la historia oficial. El enfoque en una primera etapa será hacer un recorrido de toda la historia del arte incluyendo no sólo las obras que se opusieron al gobierno durante la colonia y la república, sino las que se opusieron a otras formas de poder, como el de la Academia Artística. “En este proceso de investigación nos vamos encontrando con las propuestas de la oposición. Nos encontramos con una Cuba que nosotros no conocíamos, que la gente cubana no conoce. Yo antes no sabía que había una oposición viva. En este proceso de encuentro con activistas, nosotros nos dimos cuenta de que en algún momento también nos iban a llamar disidentes, y entonces decidimos naturalizarlo y decir que ser disidente no era malo.” Los temas que investigan raras veces pueden ser buscados en las bibliotecas, y menos aún ser accedidos por el público general, ya que uno no puede tener acceso directo a ellos sin que lo avale una institución. Así que el museo tiene que ir a la fuente directa, a gente que conoció a la fuente, o a quienes ya han hecho investigaciones pero hasta ahora han tenido miedo de compartir su trabajo. Cada nueva incorporación al archivo es acompañado de una activación, un evento que permite acceder a otros públicos. Yanelys menciona eventos como “Otro Poeta Suicida”, realizado en colaboración con Amaury Pacheco y apelando a un público joven y alternativo, y otro sobre violencia de género “Mi Cuerpo es Mío,” que involucró a un comunicador del CENESEX. Cada uno de estos eventos va agregando al público usual de Museo de Disidencia haciendo su audiencia más heterogénea. Las propuestas para eventos surgen de los colaboradores en base a sus intereses y capacidades, lo que asegura que responden a un interés concreto y así no caen en el ‘extractivismo’ que define ciertas propuestas artísticas.
Cuando habla Yanelys se nota tanto su entusiasmo como el sentido de urgencia que siente por reescribir la historia del arte en Cuba, en un momento inaudito en términos de las cantidades de acciones públicas y colectivas de artistas. “La historia del arte cubano no solo está muy mal contada sino que también tiene muchas lagunas y muchas cosas de las que no se hablan y de las que no se puede publicar dentro de Cuba.” Actualmente vive en España donde se vio obligada a exiliarse al principio de 2019, pero aún así resalta la necesidad de “sanación, perdón y diálogo” en un período de extremos entre los opositores y los miembros de la oficialidad. Su vínculo al Movimiento de San Isidro y el Museo de la Disidencia y su deseo de continuar apoyando a artistas en Cuba es inamovible, aunque admite que está aprendiendo sobre las muchas diferencias entre la oposición dentro de Cuba y en la diáspora. “Mi objetivo principal es ver cómo puedo ayudar a mi grupo que todavía está en Cuba y del que aún soy parte. Y mi principal razón por estar aquí, es estar completamente vinculada a lo que pasa allí porque es algo que conozco, que lo sufrí en vena, y no puedo desligarme de eso porque esté en la diáspora.”
Sea cual sea el término que uno haya escuchado primero, el activismo artístico, el arte comprometido, o el artivismo, es una tradición que tiene una rica historia en la región y que continúa aun cuando hay poco apetito institucional por el tipo de producción artística que está ocurriendo actualmente en Perú, Nicaragua, Cuba y el resto de la región. Los artistas en cambio se despreocupan y hasta desconfían de terminología, que ven como una tendencia nueva que tiene poco significado para su trabajo. Al contrario, los museos mainstream en cambio muestran un renovado interés en lo ellos consideran artivismo, aunque su enfoque sea más en retrospectivas que elevan el perfil de artistas que ya tienen cierta mitología, y pocas veces apoye y visibilice a los artistas activistas de hoy en día. Eso le permite a estas instituciones culturales retomar el lenguaje de movimientos sociales con la comodidad que brinda la distancia del tiempo y sin tener que comprometerse con ideologías actuales o responder a las desigualdades que muchos de estos artistas critican. Es un instinto de autopreservación que les sirve solo a ellas. En cambio, aquellos que siguen el trabajo de artistas actuales como Elyla, Atoq y Yanelys pueden obtener una visión mucho más matizada sobre las problemáticas más urgentes de su sociedad. Artistas como ellos son los que representan el espíritu de resistencia y protesta que es la esencia del arte.
Laura Kauer García es una escritora y traductora que trabaja en derechos humanos. Nació y creció en Buenos Aires, Argentina, pero ha vivido en Washington, DC, Nueva York y ahora reside en Londres. Previamente, trabajó para la nueva iniciativa Artists at Risk Connection (ARC) de PEN America, proveyendo ayuda urgente a artistas amenazados, y trabajo para Human Rights Watch. Está realizando un MA en Derechos Humanos y Estudios Latinoamericanos en School of Advanced Studies de University of London. Su investigación se centra en el derecho a la libre expresión, el derecho a la protesta y las amenazas contra los defensores de derechos humanos, incluyendo a artistas y profesionales culturales. Es una lectora ávida y escribe sobre todo ficción corta. Estudió Relaciones Internacionales en American University en DC.