Glosario de una escritora latina en USA

 
“Los últimos días soleados en la Ciudad de Iowa” Por Adelheid Bethanny Sudibyo

“Los últimos días soleados en la Ciudad de Iowa” Por Adelheid Bethanny Sudibyo

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Tornado: Viento a modo de torbellino.

El cielo en Iowa City desplegaba un color obsceno. Un azul intenso que parecía gritar. Rápidamente fue adquiriendo tonalidades y formas que no había visto ni siquiera en fotos o en películas. Desde el Java House envié un mensaje por WhatsApp a mis hermanas. Era mi primera alerta de tornado y supuse que se trataba de uno de esos eventos que se comunican a la familia por si acaso —aunque no quise pensar cuál podía ser el “si acaso”. A mi alrededor, todos continuaron tomando sus lattes y sus tés matcha, la mayoría sumergidos en sus laptops o teléfonos. Unos pocos conversando. A nadie le interesaba la alarma estridente que retumbaba afuera. Como si un tornado fuese un requisito más de los programas académicos. Una anécdota pintoresca de la vida estudiantil en el Medio Oeste norteamericano.  

El tornado no se llegó a manifestar. Nunca supe si se desvió o si se esfumó o si existió de verdad algún peligro. Las imágenes retuiteadas de un cielo perturbador fueron la única evidencia de que no me había inventado aquel instante, uno que supuse quedaría relegado en la memoria de las catástrofes que no fueron. Tan solo un susto a una semana de haber iniciado mi primer semestre en el MFA de Escritura Creativa en español en la Universidad de Iowa. Una tarde de agosto en la que no podía imaginar las turbulencias que acechaban.

Pertenencia: Satisfacción de una persona al sentirse parte de un grupo.

Mi camino hacia la escritura, ese que fue más allá de escribir en talleres informales o en algún blog, comenzó a tomar forma desde un rincón sureño —en una “ciudad” de treinta mil habitantes ubicada al este de Tennessee. Perteneciente a las regiones culturales de Appalachia y del Bible Belt, Morristown tiene una relación complicada con su población hispana. Depende de ella para el funcionamiento de sus fábricas y para el trabajo pesado de sus campos agrícolas. Un lugar que tiene casi tantos restaurantes mexicanos como número de iglesias bautistas y donde, sin embargo, al caminar por cualquiera de sus parques se observa una ciudad partida en dos. Como si una ley separase a la población en dos grupos según su tono de piel y prohibiese cualquier tipo de interacción más allá de lo mundano. Me recuerda a la premisa de la novela The City and the City del autor británico China Miéville, en la que dos comunidades de distintos idiomas, etnias y tradiciones se ven obligadas a coexistir en un mismo espacio geográfico pretendiendo que “los otros” no existen.  

Desde aquel lugar absurdo y fantástico (juro que se podría dar un mano a mano con Macondo), en un porche que me ofrecía una vista country de árboles y montañas enanas, ardillas corriendo por las líneas eléctricas y atardeceres de ensueño, salieron en borbotones tramas y personajes contenidos durante años por el ruido de las ciudades grandes.

«Morristown tiene una relación complicada con su población hispana. Depende de ella para el funcionamiento de sus fábricas y para el trabajo pesado de sus campos agrícolas. Un lugar que tiene casi tantos restaurantes mexicanos como número de iglesias bautistas y donde, sin embargo, al caminar por cualquiera de sus parques se observa una ciudad partida en dos. Como si una ley separase a la población en dos grupos según su tono de piel y prohibiese cualquier tipo de interacción más allá de lo mundano»

A la par de trabajar el manuscrito del que sería mi primer libro de cuentos, me interesaba publicar textos en medios literarios con base en Estados Unidos. Enseguida me di cuenta de la falta de alternativas para los que escribimos en español dentro de territorios del Tío Sam. Descubrí también que gran parte de los escasos medios eran académicos y que casi siempre seleccionaban la obra de autores latinoamericanos establecidos —muchos de ellos autores radicados en Latinoamérica. Allí inició una de las grandes preguntas que me guiarían de allí en adelante: ¿Dónde estaban las oportunidades para los escritores hispanohablantes que vivimos en USA?

No esperé a que alguien más me lo contara. Me puse a la tarea y fui aprendiendo las particularidades del mundo de la escritura en español dentro de EEUU. Desde los límites de mi búsqueda encontré que casi todas las convocatorias se dirigían a escritores emergentes de ascendencia mexicana, centroamericana y caribeña. Mi lista de contactos en Facebook iba en aumento con autores y editores pertenecientes a estas comunidades —la lógica de la situación estaba clara: cuestión de números. Pero más allá de eso intuí que existían otros escritores como yo, sudamericanos trasplantados a distintos rincones de USA que reclamaban también un espacio para su creación literaria.

A pesar de que nunca había visto “Field of Dreams”, estaba familiarizada con la frase más conocida de la película: “If you build it, they will come”. Desde aquel espíritu surgió la idea de crear una convocatoria para armar una antología con la obra de autores sudamericanos radicados en EEUU. Era eso o quedarme esperando a que alguien más lo hiciera y la paciencia nunca fue una de mis virtudes. Sin saber todavía mucho del mundo editorial en español dentro de este país decidí lanzar el mensaje de la convocatoria a las aguas inciertas de Facebook y Twitter. Contuve la respiración con cada clic como si estuviese arrojando una luz de bengala a la oscuridad: una estrella lejana que esperaba una respuesta a su señal.

Noficción creativa: Historia real que se escribe utilizando mecanismos de la ficción.

La construí y aparecieron. Se publicaron dos ediciones de la antología Del Sur al Norte y en el 2018 recibió un premio en los International Latino Book Awards. A lo largo de la convocatoria y la compilación de la obra, logré conectar con escritores sudamericanos repartidos en varios estados al igual que con medios que apoyan el trabajo de autores emergentes que escriben en español desde USA. Es el caso de las revistas digitales Suburbano y Nagari con base en Miami, ViceVersa en New York y El Beisman en Chicago. A través de los años he colaborado con cada uno de estos medios, especialmente ViceVersa en donde se publicaron varios de mis textos como parte de la sección ‘Crónicas Urbanas’.

De la mano de aquellos textos que solía categorizar como crónicas personales —el término de ‘noficción’ es relativamente nuevo en el contexto latinoamericano— aterricé en un mundo que ofrecía nuevas posibilidades para mi escritura: la noficción creativa¹ y el ensayo personal.² La mayor parte de la narrativa de este género, al menos a la que tuve acceso en aquel momento, estaba escrita en inglés. Tal vez por esta razón mi primera publicación de un ensayo personal se dio en mi segundo idioma. Escribí aquel texto como si me enfrentase al agua helada de una piscina, partes de mí expuestas poco a poco. Cautelosa de si era o no conveniente sumergirme por completo.

MFA: Máster en Bellas Artes.

Uno de los trayectos apuntó hacia la tierra mítica de los MFA en escritura creativa. Sonaba genial: un programa académico donde enseñan a escribir. Sin embargo, tan pronto empecé a investigar sobre el tema, el panorama se fue complicando. Para ser considerada entre cientos de aplicantes, era recomendable que contase ya con cierta trayectoria: textos publicados en revistas literarias o en antologías, obras publicadas. Es decir, todo con lo que contaba en español y que todavía me faltaba en inglés. Además, estaba el asunto de la muestra de escritura, requisito que supuestamente tiene el mayor peso en la aplicación a un MFA. Tenía claro que la voz y el estilo de mi narrativa eran más definidos y contundentes en mi lengua materna. Por último, las cartas de recomendación. Los autores y editores quienes estaban dispuestos a apoyarme con este requisito no estaban familiarizados con mi escritura en inglés.

«...si era necesario ser escritora para aplicar a un programa de escritura, ¿cuál era la lógica de obtener el título de MFA?»

Apenas tres universidades estadounidenses ofrecían un MFA en escritura creativa en español: New York University, University of Iowa y University of Texas-El Paso (el programa de esta última es bilingüe). Todas lejos de Tennessee.³ Con dos años de matrimonio —instalada en un sitio que por fin lo sentía mío luego de divagar durante mis veinte entre Guayaquil, Boca Ratón, Madrid y Quito— pasar largas temporadas sin mi esposo, tener que aprender la dinámica de un lugar nuevo y regresar a la vida incómoda de estudiante de postgrado, resultaba más que abrumador.

En mi cabeza también daba vueltas una pregunta fundamental: si era necesario ser escritora para aplicar a un programa de escritura, ¿cuál era la lógica de obtener el título de MFA?

Me aferré durante un par de años a aquel oxímoron y así pude dejar a un lado la idea de aplicar. Pero a medida que fui acumulando experiencias y publicaciones llegué a la conclusión de que, si mi intención era dedicarme a escribir en este país, eventualmente requeriría un título que convalidara mi experiencia y mi capacidad. En otras palabras, no necesitaba un MFA para ser escritora. Lo necesitaba para acceder a oportunidades y experiencias que me permitirían avanzar en mi carrera. Oportunidades como becas, conferencias y las credenciales apropiadas para dictar mis propios talleres de escritura.

De los tres programas MFA en español, mi elegido fue el de la Universidad de Iowa. NYU ni siquiera fue una opción. Primero, por los costos prohibitivos de la ciudad y segundo, porque sabía que el duende de mi escritura no iba a encontrar su voz en aquel alboroto. Imaginé también que ya que muchos escritores idealizan la ciudad de Nueva York —así como los de otros tiempos lo hicieron con París— era posible que resultara el programa más competitivo (meses después, uno de mis contactos de escritura en Chicago me comentó que en realidad el menos competitivo de los tres es el de NYU). El Paso quedó descartado también desde el principio por la distancia con respecto a Tennessee. De por sí iba a ser un sacrificio para mi esposo y para mí el que yo tuviera que trasladarme por un tiempo a Iowa.

La Universidad de Iowa, Ciudad de Iowa, Iowa. Por Ken Lund (Flickr)

La Universidad de Iowa, Ciudad de Iowa, Iowa. Por Ken Lund (Flickr)

No es que hubiese elegido el MFA de Iowa por descarte. Las razones antes mencionadas fueron importantísimas, pero de igual manera la balanza se habría inclinado hacia Iowa City. Declarada por la UNESCO como ciudad de la literatura, este lugar alberga al legendario Writer’s Workshop —uno de los programas de escritura más prestigiosos del mundo. Por el mismo han pasado grandes autores como Flannery O’Connor, Sandra Cisneros, Raymond Carver, y Wallace Stegner, por mencionar unos cuantos. Además, varios autores de ascendencia hispana que despuntan en la escritura contemporánea también proceden de este programa —es el caso de Carmen María Machado y Justin Torres. Iowa City se presentaba por lo tanto como mi propia versión del París de los 1920.     

Encontré información abundante desde la perspectiva de autores que se graduaron del MFA del Writers’ Workshop. Lo bueno y lo malo. Sin embargo, en relación con el programa en español, lo que me ofrecía Google tan solo reflejaba la voz de la dirección del programa. Artículos y entrevistas en los que se retrataba el MFA en un contexto de defensa del idioma en español dentro de Estados Unidos. En uno de ellos, por ejemplo, leí que la creación del programa se debió a “un reconocimiento a otra realidad lingüística y a la necesidad de potenciar la creación en español” y que, al integrar al MFA iniciativas de servicio a las comunidades hispanas locales, “el escritor no está en una torre de marfil sino en el mundo”. Todo esto sonaba maravilloso, el empujón que hacía falta. Con el siguiente clic di inicio a mi aplicación.

Writers of Color: Escritores que se identifican como parte de una cultura marginada.

Aprendí que, en el contexto del mercado de la escritura en inglés dentro de EEUU, los anglosajones son los únicos que tienen el privilegio de identificarse como ‘escritores’ a secas—sin guiones o adjetivos. Sin descriptores. Al resto—los que podemos anclar nuestras raíces en Latinoamérica, África o Asia—se nos niega esa alternativa y la etiqueta que nos engloba a todos es la de writers of color.

Por medio de Facebook fui descubriendo que las comunidades de autores que se identifican bajo esta etiqueta organizan sus propios talleres de escritura y eventos literarios. Destacan los de VONA (Voices of Our Nation, cofundado por Junot Díaz) y Macondo (proyecto iniciado en la cocina de Sandra Cisneros). Desde un inicio fue complicado reconocerme como parte de ese colectivo: aparte de mi aversión hacia las etiquetas, me di cuenta de que yo no compartía gran parte de los antecedentes ni de las experiencias que enlazan a estos autores. Me preocupaba caer en la ‘apropiación cultural’—otro de los términos que aprendí en el camino—al sacar provecho de mi “color” e infiltrarme en una comunidad a la que no estaba segura de pertenecer. 

DESARRAIGO: Multitud de sentimientos relacionados al enfrentamiento con una nueva sociedad ante la cual se puede adoptar dos actitudes: la integración o la no-integración.

En un artículo para la revista de Suburbano Ediciones en que entrevistaron a varios autores y editores latinoamericanos radicados en EEUU, el escritor argentino Fernando Olszanski asegura que más que un auge de la narrativa escrita en español en los últimos años, lo que existe más bien es una necesidad ya que el lector demanda “historias que lo representen y le hagan explorar su propia experiencia”. Olszanski, al igual que otros autores que escriben y publican desde Chicago, denomina la creación literaria en español dentro de USA la Literatura del Desarraigo. Desde Massachusetts, la escritora y académica venezolana Naida Saavedra ha acuñado este movimiento literario como ‘New Latino Boom,’ al que define como “el fenómeno, tendencia, explosión de literatura escrita y publicada en español en Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo veintiuno”. De acuerdo con mis lecturas y con las presentaciones que he escuchado sobre estos dos términos, entiendo que mientras la Literatura del Desarraigo se refiere a obras que exploran temas de inmigración y adaptación a la nueva cultura por parte de personajes latinoamericanos, el New Latino Boom engloba cualquier tipo de tema, personaje o escenario.

En todo caso, lo más importante para mí acerca de estas tendencias literarias fue la revelación de que representaban un colectivo y un contexto al que pude anclar mi escritura. Mi identidad fue solidificándose alrededor de un sentido de latinidad—una persona latina que vive en Estados Unidos—y dejé de buscarme en las etiquetas de ‘escritora ecuatoriana’ o ‘escritora latinoamericana’. En mis publicaciones de Twitter e Instagram empecé a utilizar el hashtag de #latinawriter.

Talleres de escritura: Espacios de creación literaria.

Ya había sido parte de cursos y talleres de escritura antes de llegar a Iowa. Presenciales en Guayaquil y a distancia por medio de centros de escritura mexicanos. También algunos talleres de ficción flash en inglés. Sabía que la crítica recibida como parte de aquellas experiencias había sido bastante “acolchada”—la prioridad ante todo era la de proteger el ego frágil de autores emergentes. Entonces me preparé e incluso celebré el feedback más honesto y experto que anticipaba recibir en Iowa.

El Dey House, la sede del Iowa Writers’ Workshop (Wikipedia).

El Dey House, la sede del Iowa Writers’ Workshop (Wikipedia).

El apellido Adams, adquirido por matrimonio, causó que mi texto fuese uno de los asignados para la primera sesión del taller de cuento. El instructor me escribió un par de semanas antes de empezar mi primer semestre en el MFA informándome que el primer día de clases debía repartir copias de un cuento. Me extrañó —había imaginado que durante las primeras semanas del programa habría lecturas, discusiones sobre los elementos de un texto narrativo y, lo más importante, instrucciones acerca de la metodología de los talleres. No fue el caso.

El único dato que me dieron fue que el día del taller, mientras el resto de los participantes discutiera mi texto, yo no podría hablar. Esa parte ya me la suponía. Había leído sobre este método que se popularizó precisamente en el Writers’ Workshop de Iowa. El escritor distribuye copias de su texto al resto del grupo varios días antes de la sesión del taller y cada miembro debe leer el material, escribir una página de comentarios y marcar el manuscrito con correcciones o sugerencias que van desde una revisión de estilo básica hasta una más profunda que abarca elementos como punto de vista, desarrollo de personajes, diálogos, etc. El día de la sesión, el autor a quien se “tallerea” debe permanecer en silencio mientras el resto de los integrantes del taller critican el texto, compartiendo las opiniones y sugerencias que han preparado con antelación. Luego de esto, el autor tiene la opción de hacer preguntas al grupo o de contestar inquietudes en caso de que algún participante las tuviera.

Una puede leer mucho acerca del tema e incluso prepararse para una experiencia que se augura intensa. Siempre es complicado recibir feedback, sobre todo cuando abarca algo tan preciado y delicado como un texto creativo que sale de nosotros mismos. Sin embargo, ninguna lectura me preparó para lo que viví aquella primera vez. Desde mi rincón mudo sentí un enjambre furioso abalanzarse sobre mi cuento. El papel no pudo contener el veneno y se esparció doloroso hasta mi asiento. Cuando me concedieron la palabra, apenas alcancé a balbucear alguna tontería. El zumbido del taller retumbó en mis oídos durante varias semanas.

Ahora sé que no fue un evento aislado. He leído varios artículos en inglés donde se evocan experiencias similares en los talleres de MFA. El escritor afroamericano Brandon Taylor lo recuerda así: “The first time I workshopped a story at the Iowa Writers’ Workshop was a wholly violent experience, the aftershocks of which still pulse through my life”.

«Siempre es complicado recibir feedback, sobre todo cuando abarca algo tan preciado y delicado como un texto creativo que sale de nosotros mismos.»

Algo que me ayudó a procesar y superar aquella experiencia fue entenderla como una lección—me enseñó aspectos que debo anticipar y cuidar cuando tenga la oportunidad de dictar mis propios talleres. Y aunque someter mis textos a “tallereo” continúa siendo un proceso intenso, ha dejado de ser un evento traumático.

Desde entonces solo ha habido una sesión de taller que me afectó más de lo debido, pero cuando salí del Philips Hall (el edificio donde se desarrollan la mayor parte de las clases y talleres del MFA), en una tarde en la que el frío invernal no daba tregua y la oscuridad se había instalado sobre Iowa City, me rehusé a llevar esa energía negativa conmigo. Crucé la calle, entré a una de las tabernas que se estrujan alrededor de la universidad y me di permiso de lamentarme lo que duró una pinta de IPA. Me levanté de la barra, me envolví con el abrigo más pesado que he tenido en la vida y dejé que la noche me abrazara. 

Privilegio: Ventaja disponible solo para un grupo particular de personas.

En su artículo “MFA vs. POC” para The New Yorker, el escritor Junot Díaz denuncia lo que él califica como un excesivo whiteness en los programas académicos de escritura. Se refiere, en pocas palabras, tanto a la falta de diversidad del profesorado y del cuerpo estudiantil como al rechazo e incomprensión de textos creativos que abordan temas raciales y culturales. Díaz no ha sido el único en traer a la luz este conflicto. En mi búsqueda previa a aplicar al MFA, desde Facebook y Twitter accedí a varios artículos en los que otros writers of color manifestaban opiniones similares acerca de sus propias experiencias dentro de estos programas. Sin embargo, no se me ocurrió que este asunto pudiera ser relevante para mí. En mi inmersión de casi una década dentro del contexto estadounidense había olvidado que el privilegio no es algo reservado solo para los anglos y asumí que dentro de un MFA en español estaría a salvo de estas complicaciones.

Las expectativas que me fui construyendo acerca de Iowa incluían una comunidad de autores inmigrantes con objetivos similares a los míos—escritores que ansiaban promover e incentivar tanto la escritura como la lectura en español dentro de las comunidades hispanas en este país. La caída desde aquella nube fue fulminante ya que me encontré con un programa que, en mi opinión, da prioridad a los intereses de sus escritores internacionales. Sí, se escribe en español, pero desde un contexto latinoamericano y peninsular—con una mirada literaria desde y hacia esas regiones. La lista de lecturas asignadas apoya mi opinión: poesía y narrativa de autores latinoamericanos y españoles escrita y publicada en sus respectivos países. Incluso hemos leído narrativa y poesía en inglés de autores norteamericanos anglosajones. Pero nada de autores latinos que escriben desde EEUU. Ni en español ni en inglés.

Otra fuente de desilusión surgió al hallar que varias de las personas con las que me tocó compartir talleres desarrollaban proyectos de escritura aislados del entorno social de nuestros tiempos, varios de ellos proyectos que giraban alrededor del ‘yo’. Y no es que esté opuesta a la narrativa del ‘yo’—el ensayo personal es eso después de todo— pero existe una diferencia importante entre el egocentrismo y la introspección. Ya lo dijo Joan Didion, “if you want to write about yourself, you have to give them something”. 

Por supuesto que apoyo la libertad en la creación literaria, pero al vivir en un país donde existe un discurso de odio hacia mi lengua materna, es difícil no pensar en la responsabilidad social que tenemos como escritores. Cuestiono entonces que en un programa donde se escribe literatura en español dentro de EEUU no se incentive el desarrollo de proyectos con miras a generar un impacto positivo en la sociedad que nos rodea. En este aspecto comparto la visión del ensayista Scott Russell Sanders —escritor que casualmente nació en Tennessee y se crió en el Midwest— quien en su libro Secrets of the Universe propone: “If we are to survive, we [writers] must look outward from the charmed circle of our own words, to the stupendous theatre where our tiny, brief play goes on”.

«...al vivir en un país donde existe un discurso de odio hacia mi lengua materna, es difícil no pensar en la responsabilidad social que tenemos como escritores»

Cabe aclarar que este no es un aspecto exclusivo del programa en español de Iowa. Sandra Cisneros, escritora que forma parte de la lista de autores prestigiosos que pasaron por el Writers’ Workshop, evoca una impresión similar en la introducción de una de sus obras más aclamadas: “At Iowa we never talked about serving others with our writing. It was all about serving ourselves”.

Pronóstico del tiempo: Predicción de las condiciones atmosféricas en el futuro.

A pesar del invierno polar, de las calles y veredas que pasaron meses cubiertas de hielo sucio, de tener que caminar a clase arriesgando caídas y gripes, Iowa City y yo empezamos a llevarnos mejor durante mi segundo semestre en el MFA. Junto al descubrimiento de las dinámicas de la universidad y de los mejores lugares para tomar café, aprendí aspectos fundamentales sobre los programas MFA que me ayudaron a ajustar mis expectativas.

Primero, la posibilidad de enfocarme en un proyecto de escritura durante dos años y contar semana a semana con lectores que, en mayor o menor grado proporcionan claves hacia aspectos de mi escritura que me conviene expandir y mejorar, representan sin lugar a duda una oportunidad extraordinaria. Segundo, cierto nivel de escepticismo y crítica alrededor de la institucionalización de la creación artística es importante. Toda organización está expuesta a cometer errores—la comunidad de escritores y los programas MFA no son la excepción. No hay que callar: la irreverencia es primordial y necesaria en las artes.

Tercero, para sobrevivir los talleres es importante no tomarse todo muy en serio. Se debe aprender a filtrar lo que sirve de lo que no y a extraer lo positivo incluso de las opiniones negativas. Así lo sugiere el escritor venezolano Adalber Salas Hernández quien vivió la experiencia MFA en New York University: “...no toda recomendación es atinada, no todo comentario vale su peso en tinta. La buena fe no siempre es la moneda común en el aula. Pero incluso esto es necesario, me parece, en este proceso de formación del texto. Estas circunstancias, generalmente consideradas negativas, son indispensables: enseñan a descartar el comentario sin tino, a evadir la crítica malsana, como quien esquiva disparos. El texto se afila en este contacto”.

Esta lista es orgánica—el aprendizaje no ha terminado— pero una percepción más clara y mis expectativas más aterrizadas anticipan un segundo año menos turbulento en el MFA. Afianzar mi lugar dentro de una comunidad dinámica de escritores que no se rinde y no deja de crear espacios—también contar con un sótano amplio donde pasar las alarmas de tornado—contribuirán a un ambiente más seguro y amigable en el que seguiré desarrollando dos manuscritos. Vaticino un clima más positivo también dentro de los talleres y las experiencias que están por llegar. El cielo de Iowa City ya no asusta tanto y tengo la certeza de que las situaciones que enfrentaré, a pesar de no ser ideales, se presentarán más despejadas que aquellas por las que pasé durante mi primer año.

El pronóstico es alentador no solo para mí sino también para la escritura en español en Estados Unidos. En septiembre de este año tuvo lugar la primera edición de la FILNYC en el Instituto Cervantes y en octubre se celebró en Chicago la Tercera Feria Latinx del Libro, eventos orientados a presentar y promover obras en español que se han escrito y publicado dentro de este país. Una confirmación de que nos vamos alejando de aquel proyecto que algunos consideran pionero del movimiento, la famosa antología Se habla español: Voces latinas en USA (Alfaguara, 2000), una obra que según el académico Javier Campos fue “concebida como la visión imaginada de EEUU por algunos escritores/as que no necesariamente han pasado un largo tiempo en el país o que no han estado nunca”. Ese no es el caso de las obras que se presentaron en la FILNYC ni de las que se presentarán en la feria de Chicago, entre ellas una que visiono como fundamental para la inclusión de la escritura en español made in USA dentro del campo de la U.S. Latinx Literature: una compilación de ensayos en los que Naida Saavedra documenta la historia y actualidad de este “fenómeno literario en español que se está desarrollando en Estados Unidos”

New Latino Boom, Literatura del Desarraigo, U.S. Latinx Literature in Spanish—no existe la etiqueta perfecta y encontrarla no debe ser la prioridad. Lo importante es continuar creando y compartiendo espacios donde se generen pensamientos, cruces textuales, ideas. Donde se dialogue y se transgredan fronteras. La literatura en español creada desde EEUU evoluciona constantemente—ninguna etiqueta la puede contener.


Melanie Márquez Adams es la autora de Mariposas Negras, una colección de cuentos premiada por los North Texas Book Festival Awards en el 2018. Actualmente cursa el Máster en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa, donde ha recibido el Iowa Arts Fellowship. La antología Del sur al norte, la cual compiló y editó, recibió el Primer Lugar en los 2018 International Latino Book Awards.


¹Desde el punto de vista del escritor estadounidense Steve Almond, la noficción creativa es “a radically subjective version of events that objectively took place”. Brevity Magazine, julio 2019.

²“A personal narrative in which the author writes about a personal incident or experience that provided significant personal meaning or a lesson learned.” Definición provista en un taller de ensayo personal dictado por Vanessa Mártir.

³Al momento de escribir este ensayo, encuentro que Hofstra University acaba de iniciar (otoño 2018) su propio programa en español bajo el título de Masters of Fine Arts in Creative Writing for Writers of Spanish.

“Joan Didion: Staking Out California”, The New York Times, junio 1979.

The House on Mango Street, Vintage 2009.

“Escritores latinos en los Estados Unidos (a propósito de la antología de Fuguet y Paz-Soldán, Se habla español, Alfaguara, 2000), Revista Chilena de Literatura nº 60, 2002.

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