Los Santísimos Hermanos
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“Por eso, santísimos hermanos, acá en este santísimo cetrico que nos encontramos en este santísimo sectorcito fue donde dejó de existir nuestra santísima esencia y santísima majestad de nuestros santísimos hermanos, santísimos nicolasitos, el dirigente de nosotros, o sea de nuestra santísima verdad…”
Así comienza Los Santísimos Hermanos, un minidocumental de ocho minutos dirigido en 1969 por Gabriela Samper. En la película, una voz en off de un hombre explica por qué él y su grupo cubren la mitad derecha de su cuerpo con un costal.
“Porque ese es el costado maldito por donde principiará a conocerse las desfiguraciones en lo adelante, unos en una forma y otros en otra. Y ese costado será postimado, aflemado, acancerado, engurado, paralizado, en según los hechos”.
Imágenes de miembros del grupo trabajando en algún lugar rural son entrecortadas con otras de los mismos miembros con sus costales sosteniendo grandes cruces hechas con dos troncos flacos, parados frente a edificios altos de una gran ciudad, probablemente Bogotá. La voz sigue: El mundo son los vicios, son los odios, son las venganzas, son las políticas, es el orgullo, es la vanidad, la fantasía, la usuara, todo lo que pertenece a la negra esclavitud del comunismo, que es la misma negra ingratitud del apóstol romano estaudinense. Son el mesmo que llaman diablo de Satanás”.
Este rechazo de todo, del mundo, de la política, de la religión, del idioma, hasta de la mitad del propio cuerpo me ha fascinado desde entonces. Pero mi curiosidad parecía haber llegado tarde pues, por más que buscaba, no daba con más fuentes que el documental de Samper.
Pasé varias semanas intentando recordar cómo fue que me enteré de Los Santísimos Hermanos, un grupo de campesinos colombianos que escaparon hacia las montañas para crear una nueva vida. Buscando entre mis conversaciones digitales archivadas, la mención más antigua es del 11 de julio de 2014. Ese día le pregunté a mi amigo Julián Mayorga, músico ibaguereño, que me contara más.
Julián me dijo que su padre, de Dolores, un pueblo en el Tolima (el departamento del cual es capital Ibagué), los vio caminar algunas veces y que allí los llamaban “encostalados”. También me dijo que creía que el fundador del grupo era de Líbano, otro pueblo del Tolima y uno de los incontables topónimos colombianos inspirados en la Biblia.
Aún así la historia me daba vueltas todo el tiempo y le contaba, el pedazo ínfimo que sabía al respecto, a todo el que estuviera dispuesto a escucharme. Estaba seguro de que no era posible que una historia tan increíble se hubiera perdido, que todas las mujeres y los hombres que pasaron por ahí merecían ser contados. Pero aún no sabía cómo.
De nuevo, llegué tarde. Apenas el mundo de los Santísimos Hermanos comenzaba a abrirse para satisfacer mi curiosidad, el mundo en general se cerró. Debido a las cuarentenas y restricciones de viajes generadas por la pandemia de COVID-19, varios encuentros, entrevistas e historias tuvieron que quedar postergadas y esta historia tuvo que quedar, por ahora, a medias.
Violencia (Historiografía)
Gabriela Samper es considerada la primera cineasta mujer de Colombia. Cuatro años antes de su película sobre los Santísimos Hermanos había grabado otra, El páramo de Cumanday, en la que llevaba a la pantalla algunos de los mitos de los arrieros de Caldas. Ellos eran los encargados de llevar y traer mercancías a lomo de mula por las empinadas montañas del centro de Colombia.
En 2004, su hija Mady Samper contó en el periódico El Tiempo que su madre murió en 1974 debido a traumas que le causó el Estado colombiano por haberla encarcelado y torturado. Ella había sido acusada sin pruebas de ser miembro de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN. Así terminó siendo una estadística más en este país moldeado por la violencia. Violencia, que a su vez, parece haber moldeado a Los Santísimos Hermanos.
Para su documental, Samper contó con la ayuda de Rebeca Puche Navarro y Hernando Sabogal. Puche Navarro en ese entonces era estudiante de psicología de la Universidad Nacional en Bogotá. Y, en 1971, publicó su tesis Los Santísimos Hermanos: un estudio sobre su sistema de representación basada en la observación de una “familia” que hacía parte del grupo. Allí Puche Navarro analiza las creencias, los comportamientos e incluso el lenguaje de un grupo asentado en zona rural de Nilo, un pueblo en el departamento de Cundinamarca, muy cercano al Tolima. Pero parte clave para entender cómo este grupo de personas llegó allí está en el prólogo, escrito por César Constaín Mosquera, el director de la tesis.
Constaín explica que “‘Los Santísimos Hermanos’ surgieron en plena zona de violencia, cuando habían hecho crisis casi todas las instituciones convencionales del gobierno. Históricamente entendemos que en este estado de cosas no podía ocurrir nada diferente a la protesta, a la lucha”.
Antes de seguir, debo explicar a qué violencia en particular, de todas las violencias colombianas, se hace referencia. Este fue un período de la historia colombiana conocido, simplemente, como “La Violencia”, así, en mayúscula. Durante esa época, los principales partidos políticos colombianos de la época, el Conservador y el Liberal, estuvieron sumidos en una guerra civil no declarada que dominó la vida diaria de buena parte de los habitantes del país.
Es difícil dar fechas exactas de este período, pero la mayoría de colombianos recuerdan una fecha en particular. El 9 de abril de 1948, el líder liberal y popularísimo candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado en Bogotá, desatando un día de violencia y destrucción conocido como “el Bogotazo” que exacerbaría los ánimos.
En su libro La paz olvidada, el historiador Robert Karl argumenta que hubo una primera Violencia desde esa fecha y hasta 1954, cuando representantes de ambos bandos firmaron una amnistía con el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla. Y una segunda de ahí y hasta la década de 1960 cuando varios milicianos desmovilizados decidieron volver a combatir en los montes y le heredaron la guerra a sus hijos.
Así que la matanza no frenó con la amnistía. En 1962, el libro La violencia en Colombia, escrito por monseñor Germán Guzmán Campos, el sociólogo Orlando Fals Borda y el jurista Eduardo Umaña Luna, calculó que 200.000 colombianos fueron asesinados entre 1946 y su publicación. Los asesinatos eran llevados a cabo, en general, por milicias ilegales, amparadas por las autoridades locales, que buscaban librar a municipios y departamentos de miembros del partido opositor, para así controlar las elecciones y, por lo tanto, el poder local y la tenencia de tierras.
De hecho, Javier Giraldo, Alfredo Molano y otros de los ensayistas encargados del informe Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia preparado por la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas en Colombia (presentado en 2015 durante el proceso de paz del gobierno colombiano con la guerrilla de las Farc), argumentan que el “principal detonante para los conflictos armados en el país a lo largo del siglo XX y hasta hoy han sido las luchas recurrentes para acceder a la tierra”.
Más allá de esto, pocas diferencias ideológicas separaban a ambos partidos. Tanto así que el coronel Aureliano Buendía, en Cien años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez, recoge un chiste recurrente de las varias guerras civiles luchadas en Colombia entre ambos partidos: “la única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho”.
Pero, para la época de La Violencia, una cosa los unía con certeza: la convicción de que la sangre era un método válido para no permitir que el rival obtuviera el poder. Para ese fin, los conservadores armaron a Los Pájaros, una milicia campesina, y a los Chulavitas, una suerte de policía secreta informal. Por su parte, los liberales respondieron apoyando a varios grupos guerrilleros.
En un nuevo intento por frenar esta violencia, en 1957 se creó el Frente Nacional. Este fue un pacto entre ambos partidos de repartirse la presidencia cada cuatro años durante los siguientes tres períodos presidenciales (eventualmente extendido a cuatro). Como parte del pacto de creación de este sistema de gobierno, se les otorgaron amnistías a varios de quienes habían integrado los grupos violentos partidistas. Sin embargo, esto no acabó la violencia. Varios de los integrantes de los grupos desorganizados, tanto liberales como conservadores, se reagruparon y se convirtieron en “bandoleros”, que se dedicaban al robo y a la extorsión, sin ideologías de por medio.
El 11 de febrero de 1960 en Gaitania, al sur del Tolima, fue asesinado por bandoleros Jacobo Prías Alape, un líder comunista que antes, durante sus épocas de guerrillero liberal, había sido conocido como “Charro Negro” y luego se hizo llamar “Fermín Charry Rincón”. Cuatro años después, su amigo y protegido Pedro Iván Marín Marín, también conocido como “Manuel Marulanda Vélez” o “Tirofijo”, lideraría la fundación, en el mismo lugar, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Las Farc dominarían el imaginario de la violencia en Colombia por décadas.
Es en medio de este contexto de violencia centrada en el sur del Tolima, muy cerca de Nilo, que Constaín, el director de la tesis de Puche Navarro, entiende el origen de Los Santísimos Hermanos:
“La violencia surge entre otras cosas cuando la circunstancia ambiente ha llegado a un punto crítico, en eso se parece a la enfermedad mental; surge como única solución que permite la supervivencia. En patología mental sabemos que la alteración psicótica ocurre cuando el mundo del paciente ha llegado a volverse intolerable, cuando por razones predominantemente internas pero no únicamente internas, sus relaciones interpersonales son inaguantables. Tanto para el sano, en el que predominan las causas externas, como para el futuro enfermo, en quien predominan las internas, sólo quedan estas tres opciones: morirse, modificar el medio ambiente en una forma radical (que es por otra parte seguramente lo que el sano trata de hacer) o enloquecer”.
Según este análisis desde la psicología, el estrés postraumático fue lo que forjó las particularidades del grupo que ya mencionaré, fue lo que hizo que, “al ser acorralados, sin salida, los ‘Santísimos Hermanos’ buscan un escape mágico, se crean un mundo propio, con formas de vida particulares, ilógicas irreales; es decir, enloquecen … frente a la violencia desencadenada en serio, vemos en el mismo sitio la protesta armada de Charro Negro y la protesta enloquecida de los ‘Santísimos Hermanos’, quienes crean una secta pacifista que para continuar sobreviviendo, debe regresar al neolítico, mutilarse el lado derecho del cuerpo, renunciar a las relaciones sexuales, limitar su alimentación a una dieta muy pobre, rechazar todos los elementos técnicos que pueden hacer menos dura la subsistencia, marginarse de la comunicación con todos aquellos con quienes pueden tener algo en común y en fin, eliminar cuanto hay de positivo y de negativo en el entorno…”.
Mutilación (Antropología)
En su libro, Puche Navarro describe la vida en comunidad de cinco miembros de los Santísimos Hermanos que viven en Santa Bárbara, una región apartada y rural de Nilo. Estos son los mismos Santísimos Hermanos que aparecen en el documental de Samper. Según explica Constaín en su prólogo, los documentalistas contactaron a los miembros del grupo en Bogotá en 1968, cuando el grupo fue a la capital del país para presenciar la visita de Pablo VI. Los cinco miembros, antes de convertirse en Santísimos Hermanos, eran padre (Luis, de 40 años), madre (Ricarda, de 45), dos hijos (Zacarías, de 14, y Virgilio, de 10) y una hija Marta (cuya edad no es especificada).
Sin embargo, como explica Puche Navarro, al entrar a hacer parte de la comunidad, estas cinco personas dejaron de considerarse miembros de una familia y pasaron a verse como iguales dentro de su nueva situación. “Los Santísimos Hermanos rompen con la familia como institución, presentándose una clase de relación muy específica entre los cinco miembros (que una vez formaron una familia)”.
Entre ellos ya no se llaman “padre” o “madre”, sino que todos se conocen entre sí como “santísimos hermanos”. Además, explica la tesis, “también abolen la relación sexual entre los miembros del Grupo, llamándole ‘Hijue pabajo pecao’ y proponiendo ‘amarse los unos a los otros, amarse todos como verdaderos hermanos que somos’. Esto se resume en una suerte de eslogan que reporta Puche Navarro: “Todos semos iguales” (sic).
Aunque la vida previa de estas cinco personas sólo es descrita brevemente, y no podemos saber con seguridad si fueron víctimas directas de La Violencia, Puche Navarro concuerda en que esta nueva forma de vida que escogieron deriva de un gran trauma.
Para explicarlo, cita a Maria Isaura Pereira de Queiróz, una socióloga brasileña, a quien resume así: “los movimientos mesiánicos coinciden con momentos de toma de conciencia aguda, momentos de crisis, en los que se produce una ruptura del equilibrio y un cambio en las tendencias sociales. El nacimiento de los Grupos mesiánicos sería la respuesta de una clase rural abandonada a una situación social determinada”. Además, retoma esta idea de Pereira de Quieroz para explicar todas las desviaciones de la norma del grupo: “el conjunto de actividades que se realizan en los grupos mesiánicos siguen un ritmo propio, un ritmo cíclico: formación de la leyenda -espera mesiánica- desarrollo del mito -aparición del enviado- pregonización de las creencias -retorno a la vida sedentaria-, etc”.
La leyenda comienza con un hombre conocido como “el Hermano Nicolás”, sobre quien no hay mucha información en la tesis. Diez años antes del encuentro entre Puche Navarro y este grupo de Santísimos Hermanos (es decir, alrededor de 1961) Luis, el entonces padre de familia, sufría de una enfermedad grave (que la autora identifica como “posiblemente asma”). Al enterarse de la fama que gozaba Nicolás como curador de enfermedades varias y autor de milagros, decidieron salir de Nilo e ir a visitarlo en el cerro de Pacandé, en Natagaima, un pueblo al sur del Tolima.
Allí, Nicolás curó a Luis y le enseñó al grupo las reglas de vivir como Santísimos Hermanos. Después de convivir unos meses con Nicolás, y satisfechos por la buena salud de Luis, el grupo decidió volver a Nilo y seguir viviendo bajo las enseñanzas de su nuevo líder. Es decir, se convirtieron de lleno en Santísimos Hermanos.
Un tiempo después, floreció el mito. Nicolás falleció cerca de Nilo, probablemente en medio de una de las largas caminatas que, según se cuenta, realizaba desde Perú a Venezuela predicando sus creencias, y lo habían hecho famoso en varias regiones de Colombia. Gracias a ellas el grupo, para el momento de la tesis de Puche Navarro, contaba con unos 80 miembros en lugares tan alejados como Santander, Valle del Cauca, la periferia de Bogotá y, por supuesto, Tolima y Cundinamarca.
Luis y otro santísimo hermano, Macario, buscaron un hormiguero cerca a la casa del grupo de Nilo y allí lo enterraron. El sitio se convirtió en lugar de penitencia para todos los miembros de los Santísimos Hermanos.
Desde ahí se forjaron los ritos. Visitar la tumba de Nicolás era conocido como la “santísima humillacioncita” y consistía en caminar, desde los varios lugares del país donde se encontraban los miembros del grupo, hasta Nilo, donde se encontraba el lugar sagrado. Una vez allí, se detenían a leer los manuscritos de Nicolás y, de paso, les ayudaban a los miembros que habitaban allí con las tareas caseras.
Pero la colaboración no era sólo una característica apreciada por los Santísimos Hermanos, era la esencia de su concepción del mundo. Empujados a escapar de la sociedad por una guerra que dividía a la gente en enemigos mortales, en su rechazo al mundo moderno que podía crear tal infierno, las restricciones que el mismo grupo se autoimponía resultaban en que a cada miembro le era imposible sobrevivir si no contaba con la ayuda de los demás.
Estas restricciones eran muy variadas. Por una parte, según Puche Navarro, los Santísimos Hermanos “dejan de comer todo lo que puede provenir del llamado ‘reino asnal’, es decir, de reino animal. Rechazan la carne, el pescado, huevos mantequilla, queso, leche, etc., limitándose a alimentarse de vegetales, legumbres, frutas y granos. Su sistema alimenticio es pues macrobiótico”. O, como diríamos ahora, eran veganos.
“De la misma forma”, sigue la autora, “rechazan en forma absoluta todo lo que es fabricado y elaborado industrialmente como el chocolate, prefiriendo el cacao ‘cacaito en grano, porque el que viene de la fábrica viene descremado, en cambio el de grano tiene todavía toda la fuerza’. Lo mismo ocurre con el pan, el café, el maíz, etc.”
Además, esta comida era obtenida a través de cultivarla en su propia tierra, o a través de “hacer las ‘Santísimas Embajaditas’, es decir, cuando salen en grupos de dos en dos, recorriendo las diferentes regiones y predicando y pronunciando sus doctrinas y creencias. Por ningún motivo aceptan limosnas o dinero, limitándose a aceptar alimentos y comidas necesarias para su subsistencia”.
Por otra parte, “todos los instrumentos que utilizan son de piedra o de madera, siendo estos últimos los preferidos por ellos, así que todos los cuchillos, cucharas, instrumentos para cultivar la tierra, para coser, etc., son construidos de madera o de calabazo. Este rechazo a los objetos de metales, parece ser el mismo rechazo hacia lo tecnificado y para explicarlo ellos acuden a una metáfora de retorno: ‘volveremos a la era de antes’ y ‘vendrá el momento en que el espíritu florece’. Siguiendo esta misma línea de pensamiento encontramos que rechazan igualmente la utilización del dinero, llamado por ellos ‘Corneja’ (palabra con la que van a denominar todos aquellos objetos, resultados del progreso y de la civilización tales como aparatos eléctricos, radios, lámparas, automóviles, telas, vestidos, máquinas, etc.)”.
Su vestimenta, o “santísimo broncecito”, consistía en “especies de túnicas de fique o yute [o costal], cubriendo todo el cuerpo, además ocultando el costado derecho (llamado por ellos izquierdo, costado zurdo y maldito)”. Este vestido, además, les impedía usar el brazo derecho y ocultaba su pierna derecha, la cual sólo usaban para caminar.
Es aquí donde entra el espíritu colaborativo. Debido a su dieta vegana debían comer, según Puche Navarro, seis a ocho veces al dia. Para obtener esa comida tenían que valerse de herramientas rudimentarias para la agricultura o de la amabilidad de quienes se toparan en las “Santísimas Embajaditas”. Y, es más, para todo esto sólo podían utilizar la mitad de su cuerpo.
Entonces, bajo estas limitaciones, “se requiere del trabajo en conjunto de todos los miembros de la comunidad como Grupo” y, según Puche Navarro, “se plantea la recuperación de otras partes del cuerpo ... Así tenemos que el trabajo en la labranza es realizado en su mayor parte individualmente, sin embargo, el trabajo de fique puede ser realizado con la ayuda que cada costado izquierdo de cada uno de los miembros del Grupo (es decir, del Hermano Luis y de sus dos hijos) puede hacer en conjunto … es como si a partir de la mutilación voluntaria que exigen, comenzaran a identificarse como miembros de una comunidad, de un Grupo, dejando una posible condición de personas aisladas y se convirtieran en sujetos de una Comunidad”.
Bautizo (Lingüística)
Según Puche Navarro, “una de las prácticas más importantes en el grupo … es la práctica del ‘Santísimo Bautismito’. En la base de este Bautismo está el ‘Santísimo Temorcito’ y el rechazo al Bautismo Cristiano. Es decir, que el Bautismo por el cual ingresaba al Grupo y por el cual se adquiere un verdadero nombre ‘el otro es apodo’, resulta de la práctica del ‘santísimo temorcito’, y no por la Fé cristiana”.
Así que la mutilación (simbólica) descrita más arriba no era sólo corporal, sino que se aplicaba también a todas las personas, cosas e ideas, y representaba un corte radical con el mundo, una reinterpretación de la vida y todo lo que ella implicaba. Una reapropiación y a la vez rechazo de las supuestas verdades enseñadas por la religión católico en un país católico. Y el fin último de esta ruptura era derrumbar jerarquías e igualar a todos los miembros. Esto estaba claro en los ritos religiosos y el particular dialecto, o más precisamente ecolecto, que desarrolló el grupo.
Por ejemplo, el grupo rechazaba “la relación sexual entre los miembros del Grupo, llamándole ‘Hijue pabajo pecao’ y proponiendo ‘amarse los unos a los otros, amarse todos como verdaderos hermanos que somos’, quedando así el Grupo familiar convertido en un Grupo de Hermanos” (aunque Puche Navarro reportó que en un grupo de Bogotá algunos miembros sí tuvieron hijos).
Por otra parte, uno de los rituales religiosos más importantes consistía en las recitaciones de una “Canción-Letanía en conjunto … que tienen como finalidad ‘Derribar el hijue pa’bajo pecao’ y que son hechas ‘al levantarse, al ir a jartar, al terminar de hacerlo y al irnos a echar a delirar’”.
Originalmente, esta “canción-letanía consistía en la repetición de la frase “santísimas ozanitas” (‘cantos’), pero luego fue ampliada a ‘Santísimas Aperfumaditos, Santísimas grandecitas’, etc”. Esta obsesión con santificar todo lo que podían nombrar tenía un objetivo muy claro: desantificarlo, igualarlo, equipararlo, para así poder reclamarlo. Si todo era santo, nada realmente era santo. Todo se encontraba en el mismo plano. Y, así, todo estaba al alcance.
Puche Navarro explica que “la verdad (la más poética de todas sus ideas), consiste en dar, en poseer el verdadero nombre de las cosas. Se las nombra como-lo-que-son: es decir, como ‘Santas’, y así las hacen Ser lo que son. El ser ‘Santas’ las pone entre paréntesis, las saca de su existencia falsa: el calificativo les devuelve su verdadera naturaleza”.
Pero este proceso se limitaba al mundo restringido que decidieron crear. El adjetivo “santísimo”, explica la autora, era “utilizado cuando hacen referencia a sustantivos que representan un sector específico de la realidad; la praxis de sus creencias. Entonces encontramos que utilizan Santísimo para designar a sus semejantes, para referirse a los animales, a los alimentos, a los sitios que cultivan, trabajan, a los objetos que manipulan y en general a todos los elementos pertenecientes al mundo campesino y alrededor de los cuales ellos viven. (Es decir, que denominan Santísimo al cultivo, al trabajo, a los elementos y prácticas propias de su mundo, sin usarlo cuando se refieren a elementos y prácticas propias de su mundo, sin usarlo cuando se refieren a elementos que le son extraños, como en el caso de las obras de arte, de aviones, porque no pertenecen a su realidad inmediata o sencillamente no están relacionados con ellos)”.
Un breve resumen de esta realidad está ejemplificado en el vocabulario que se presenta dentro del libro:
El cerro de Pacandé (Semiótica)
La leyenda de Nicolás perduró. En 1995, un habitante de Ibagué llamado Wálter Cataño, que ahora es profesor de un colegio, llegó al cerro de Pacandé, en Natagaima. En ese entonces, el hermano Lisandro guiaba al grupo de Santísimos Hermanos que habitaba el lugar donde tres décadas antes Nicolás realizaba sus curaciones. Cataño aprendió su propia versión de la leyenda.
Según él, el Hermano Nicolás apareció en la década de 1940 caminando por varios lugares de Colombia, Venezuela y Ecuador, sin que nadie supiera muy bien de dónde venía. Un misterio amplificado por el hecho de que no cargaba papeles ni ningún tipo de identificación. Sin embargo, la gente fue acercándosele debido a sus visiones, varias de las cuales eran premonitorias. Una de sus profecías proclamaba que “el tiempo será más corto y la libra pesará menos”, en referencia a cómo algunos alimentos, como las papas (vendidas por libras), se encarecerían.
En una de esas visiones, el Hermano Nicolás recibió el mensaje de ir al cerro de Pacandé y establecerse ahí. Allí comenzó sus curaciones y sus milagros. Cataño recuerda la historia según la cual Nicolás golpeó unas piedras y de ellas comenzó a emanar agua.
Según un artículo publicado en la revista SoHo por Marta Ruiz, quien en 2007 se topó por casualidad con la historia de Lisandro investigando sobre el cerro de Pacandé, Nicolás era de Líbano (Tolima) y se estableció en Natagaima en 1958 (aunque no da fuentes sobre estas fechas).
También allí Nicolás ideó la vestimenta de costal que definiría a su grupo. Su razonamiento, según aprendió Cataño, era que “a un traje de esos [hecho de fique o yute] no le entraba un machete”. Estos trajes cubrían la mitad derecha (o “zurda”) del cuerpo pues ese es “el lado maligno, ya que con la mano derecha se coge el arma para herir al otro”.
Esto refuerza la tesis de Constaín y Puche Navarro de que la fuerza que movilizó la creación del grupo fue el rechazo a la violencia. Más cuando el machete, en específico, estuvo ligado (por lo menos en el ideario nacional) a los horrores de La Violencia partidista.
Pero Cataño también recuerda un detalle adicional: los trajes de costal tenían una totuma (o recipiente) cosido por la parte interna del lado derecho. Su objetivo, era depositar ahí la mano derecha para asegurarse de que no sería usada. Incluso, cuando pedían donaciones, no usaban esta totuma para recoger alimentos. Sólo llevaban lo que les cupiera en la mano izquierda.
El artículo de Ruiz también menciona algo que ni Puche Navarro escribe, ni Cataño recuerda: quienes incumplieran las normas, eran castigados a latigazos.
Aunque no es claro si ese castigo era verdadero, todas las diferencias hacían que la población en general los viera con desconfianza y que, según le contaron a Cataño, las “embajaditas” (o “misiones”) fueran peligrosas. Algunos habitantes católicos de la zona los consideraban demoníacos y, según las historias, algunos Santísimos Hermanos fueron apedreados, quemados vivos o linchados.
Pero Cataño llegó al grupo cuando todo esto ya era historia oral. Según sus propias palabras, era un “estudiante dedicado al alcohol”. Cuando tuvo un problema de salud que no podía solucionar, alguien le recomendó visitar a la comunidad para curarse. Allí conoció al hermano Lisandro, quien lo puso en una dieta vegetariana y lo ayudó a mejorarse. Ademas, lo hizo replantear su vida y darse cuenta de que “el camino era la espiritualidad”. Pero ya mucho había cambiado.
Para mediados de la década de 1990, cuando Cataño se sumó al grupo por un poco más de un año, “las prácticas ya no se parecían en nada a lo que había antes”. Lisandro, que es de Planadas, otro municipio al sur del Tolima, llevaba ya décadas liderando el grupo. Según el artículo de Ruiz, desde 1975. Pero en algún momento (Cataño cree recordar que fue el año 1990), fue invitado a conocer “un gurú de la India” en Bogotá. Cataño no recuerda el nombre de este gurú, pero con toda probabilidad se trata de Sant Ajaib Singh (también conocido como “Sant Ji”), quien visitó Colombia varias veces hasta su muerte en 1995. Este gurú le enseñó a Lisandro cómo meditar y cómo practicar yoga Surat Shabd.
Por unos cuatro años, Lisandro realizó estas nuevas prácticas solo. Pero luego, antes de la llegada de Cataño, las extendió a todo el grupo. Todos tendrían que levantarse a las 3 a.m. para meditar y todos aprenderían a practicar yoga. Todos siguieron siendo vegetarianos, pero ya sólo tenían que practicar la austeridad y la abstinencia en el cerro de Pacandé. Además, la vestimenta cambió: los costales ya no cubrían la mitad del cuerpo, sino que se parecían a unos sobretodos con dos mangas largas, una falda y una capucha. Con eso, se acabaron la mayoría de restricciones.
Este fue el grupo, de unas diez personas, que conoció Cataño y que mostró, en algunas fotografías y entrevistas, en el documental “Los encostalados del cerro” que produjo Señal Colombia en 2012. En ese mismo documental, el Hermano Lisandro aparece en cámara con su ropa tradicional occidental: una camiseta blanca debajo de una camisa a cuadros y una cachucha. ¿Por qué?
Este cambio, según Cataño, se debió a la banalización que los demás habían hecho de los costales. Los Santísimos Hermanos se habían vuelto una curiosidad muy conocida de Natagaima en la región. Ya se habían convertido en los “encostalados de Natagaima”. Tanto así que, en el documental, Lisandro muestra una estampilla que el municipio de Natagaima había producido con una foto de ellos en sus costales. Pero en algún momento a principios de la década de 2000, la cosa se salió de control.
Ibagué celebra cada año en junio sus fiestas patronales. Parte de la celebración es un día para que los varios municipios del Tolima puedan enviar una delegación que desfila con trajes típicos por las calles de la capital departamental. En cierta ocasión (según Cataño, en 2003), la delegación de Natagaima desfiló disfrazada con costales. Esta celebración suele incluir grandes cantidades de alcohol, lo que molestó mucho a Lisandro, quien decidió no usar más los costales y quemarlos todos, excepto uno, según me dijo Cataño.
En el documental, Cataño visita la casa en la cima del cerro, donde ahora sólo vive el Hermano Álvaro, a quien Ruiz describe en su artículo como “un ex panadero de Ibagué de 40 años, que desde joven empezó a leer sobre esoterismo y gnosis”. Para el momento del documental, Álvaro es el designado custodio de la historia y las tradiciones de los Santísimos Hermanos (y de la casa, donde aún se ven unos retratos del gurú Sant Ji).
Álvaro les cuenta a Cataño, su hijo Santiago y su estudiante Dania Barrios que Lisandro le ordenó salvar sólo su propia “túnica” (la cual muestra), con la que había recorrido toda Colombia a pie. En el artículo de Ruiz (que recuerdo, es de 2007) Lisandro es citado diciendo: "hace cuatro años dejamos el costal”, lo que confirma la fecha que dio Cataño. “Pagamos una penitencia de 30 años con los costales, pero después la gente lo cogió de burla y lo dejamos”. Pero Ruiz ofrece una teoría alternativa (también sin comprobar): “hace cuatro años, cuando todavía se vestían con costales, Vidal, el más anciano de la comunidad, murió calcinado. Al parecer una chispa encendió el fique y, en cuestión de segundos, se convirtió en pira humana”.
El cruce de Velú (Dialéctica)
Pero, ¿quién soy yo para decir cuál es la leyenda y cuál es la historia de este grupo? No he estado allí para departir con ellos, ni con un costal cubriéndome la mitad del cuerpo, ni meditando antes del amanecer. Apenas tengo un libro, una película y un puñado de entrevistas para poder entender esta historia
Justo en esa película, Álvaro resume los cuatro procesos por los que han pasado los Santísimos Hermanos: el inicial con los costales cubriendo medio cuerpo; el segundo en el que “se amplió la cantidad” de seguidores “porque había menos sacrificio” (ya que se podían usar ambas mitades del cuerpo); el tercero en el que “se unió con las personas del sendero”; y el cuarto, en el que estaban durante la filmación del documental, en el cual estaban “preparando el terreno para que lleguen personas [pues] este lugar va a ser un refugio para mucha humanidad, porque lo que se avecina es muy grande”.
El “sendero” hace referencia a las procesiones (católicas) que se realizan todas las semanas santas a la cima del cerro de Pacandé. En un principio, tanto Nicolás como Lisandro hacían este recorrido de rodillas. Lisandro y miembros de su grupo acompañaban ocasionalmente a estas nuevas procesiones (a pie) para contarles a los feligreses de su filosofía.
Sin embargo, según dice Álvaro, Lisandro aseguraba que los integrantes del grupo en ese momento sólo iban a llegar “hasta cierto nivel” y que se iban a ir, atraídos por el amor u otras búsquedas. Eso dejaría el camino abierto para el cuarto proceso, el cual nadie conoce mejor que Lisandro.
Pero sólo puedo contar esta historia hasta aquí. Según me dijo Cataño, el Hermano Lisandro no usa tecnología. Cuando le pregunté al discípulo dónde podía encontrar a su antiguo maestro, me dijo que fuera a Natagaima y llegara al “cruce de Velú” en la vía que lleva a Neiva. Me dijo que no tenía que avisarle. Allí me estaría esperando Lisandro, sabría que había ido a buscarlo.
Tenía planeado poner a prueba esta teoría el 13 de marzo. Iba a ir con un amigo fotógrafo, a buscar más entrevistas, a buscar documentos, fotos, quizás incluso las estampillas con los hermanos cubiertos en costales. Quería intentar entender qué papel habían tenido los Santísimos Hermanos para sus miembros, en la comunidad de Natagaima, en el Tolima, quizás hasta en Colombia.
Sin embargo, la cuarentena en Bogotá, donde vivo, comenzó el 19 de ese mes. Decidí no tomar el riesgo de viajar en medio de esta época incierta. Y ahora sólo me queda la ilusión de que el hermano Lisandro me siga esperando cuando pase esta cosa “muy grande” que nos ha tocado.
Pablo Medina Uribe es un escritor y traductor, pero tan sólo pretende ser músico. Nació y creció en Bogotá, Colombia, y trabaja como editor general del medio colombiano de fact-checking Colombiacheck. Su trabajo independiente de periodismo se ha concentrado en los aspectos sociopolíticos de la música y los deportes, especialmente aquellos que vienen de comunidades marginalizadas, mientras que su trabajo literario intenta explorar los límites entre la ficción y la realidad. Quiere explorar y expandir la ciencia ficción latinoamericana. Estudió literatura en la Universidad de Los Andes en Bogotá y tiene una maestría en Media Studies de The New School en NY. Vive en Bogotá.