5Pointz

 

View of the front of 5 Pointz in Queens, NY. Ezmosis/Wikipedia Commons.

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Un tono amarillento, como el de un grasoso rectángulo de margarina que burbujea sobre un sartén, se abría camino entre los pocos espacios del edificio que aún estaba, casi completamente, tatuado con arte y narrativas. La mejor vista era desde el tren 7 cuando emergía de su camino subterráneo. Extraño esta sencillez: el tren retumba en el enorme túnel, avanza y gira como una columna serpenteante mientras que bebo de mi caneca de Mucho Mango y miro por la ventana. Ya se aproximaba 5Pointz. Lo que alguna vez fue una fábrica de medidores de agua del siglo XIX maduró hasta convertirse en un lienzo de concreto sobre el que pintaban libremente artistas que operaban clandestinamente. Al caminar entre la construcción laberíntica, las paredes llenas de costras de colores revelaban la evidencia del tiempo. Jaime Rojo y Steve Harrington lo describieron así:

las capas primarias aquí nos deben revelar algo, como los anillos de un árbol leídos por un dendrocronólogo que examina su tocón; cada línea de color demarca un momento en el tiempo y nos da noticias sobre la calma o la dureza del clima en esa época.

Gerald “Jerry” Wolkoff compró el edificio en 1971 sin ninguna intención de renovarlo. Esta pausa de funcionalidad industrial se extendió hasta la década de 1990, cuando artistas de graffiti encontraron un hogar para sus obras coyunturales. A diferencia de los días entre semana, en los que pocos pintaban de día, los fines de semana estaban llenos de conversaciones, comida, materiales y amistad. Meres One, o Jonathan Cohen, como es conocido por fuera de la comunidad del graffiti, merece buena parte del crédito, pues se encargó de la curaduría de las efímeras paredes por décadas. Su fórmula “nivel de habilidad multiplicado por esfuerzo multiplicado por concepto” organizó a artistas que iban desde profesionales que pintaban el exterior visto desde el tren 7 y que cambiaban cada tantos años, hasta amateurs que probaban la permanencia por 12 horas cada uno. Los artistas obtenían acceso tras escribirle a Cohen; los novatos enviaban bocetos y fotos de su trabajo y, si estaban proponiendo un gran mural, tenían que enviar un diagrama.

Cuando los rieles daban la vuelta alrededor de la manzana por debajo y 5Pointz aparecía como una montaña en la distancia (fresco, vibrante, triunfante), mis angustias adolescentes desaparecían. Había un tigre gigantesco, el retrato de Notorious B.I.G., marcas de nombres y murales que siempre cambiaban. Las discusiones con tus padres sobre el largo de la falda, el tamaño de tus aretes, labiales, tu comida favorita o ausencia de ella, desaparecían ante la vista, distraídos por el arte glamuroso. Yo solía ir en el metro rotando entre las 21 canciones almacenadas con dificultad en mi Blackberry Bold.

En noviembre de 2013, 41 años después de que la Neptune Meter Company abandonara la fábrica, un año y medio antes de que me graduara de la secundaria, Wolkoff se tomó el edificio con la ayuda de una patrulla de policía y pintó de blanco la Meca del aerosol. El decolorar y blanquear los graffitis reflejó el cambio demográfico del área. Así como el Gantry State Park: la imagen de una orilla del East River llena de alquitrán, que recordaba al Gran Gatsby, con montones de la ceniza de la producción que sostenía a Manhattan y a Long Island, ahora es prístina y limpia. Cuando veo hacia el río, la ciudad parece utópica. La ONU justo enfrente del East River se ve resbalosa porque la parte baja del edificio está ligeramente inclinada. Los sauces en el Peninsula Park se alinean del lado de las rocas, hay bancas esparcidas por el muelle, hierbas silvestres imitan el sentimiento de infinitud de las llanuras del Midwest. Es extraño ver a tantas personas blancas en Queens reunidas sobre mantas de picnic y toallas de playa.

Pienso en eso mientras que voy en el tren y oigo la letra de la canción que dice “no soy de aquí, ni soy de allá” y el recuerdo de papá planchando sus camisas mientras oía a Facundo Cabral me resuena en la cabeza. Durante mi infancia y adolescencia, el tren creaba un espacio para contemplar el cambio en el barrio y en mí misma. Aquí reconocí mis propias ansiedades ancestrales y aún sigo reconciliándolas. Todavía dirijo mi mirada hacia el edificio de cristal que se ve desde el tren 7 al llegar a Queensboro Plaza. Las ventanas en cuadrícula son azules pero reflejan destellos de amarillo, rojo y verde del tren que va pasando. Si entrecierro los ojos y me concentro, puedo verme como viajera, mi reflejo pasando por la fachada y representando la imagen más realista de mí misma: borrosa y fugaz. Consumo mis alrededores, me permito hipotetizar sobre los viajes de los demás y encontrar similitudes entre nosotros. Hay algo de la proximidad corporal y el anonimato que crea intimidad. Observo a profesionales del cuidado que vuelven, agotados por largos turnos nocturnos, medio dormidos. Me recuerda cuando mi papá salía a trabajar a las cinco de la mañana y volvía después de medianoche, después de sus clases de inglés en la universidad comunitaria local. Veo a personas entrar, sentarse/pararse y cliquear/tocar sus pantallas/botones y ver cómo sus teléfonos se despiertan con fotos de bebés con mejillas regordetas. ¿Llegan a casa a tiempo para ver a sus hijos? ¿O tienen que irse antes de que los niños se despierten, y tienen interacciones incógnitas? Me pregunto si los hombres con Levi’s manchados de yeso que sostienen bolsas cilíndricas beben para olvidar o para recordar por qué están aquí y a quién han dejado. O quizás es sólo por diversión. Recuerdo los turnos de trabajo de diez horas entre semana de mamá, que rara vez le conseguían un salario por hora de dos dígitos y pienso en el cargo de mi papá, en el que tenía que estar “siempre disponible”, limitando su individualidad a ser conserje, por lo menos contractualmente. Siempre al servicio de los residentes y disponible para el dueño del edificio, incluso si estaba en la sala de emergencias, o en medio de dar un beso a las dos de la mañana de un sábado: “¿Este es el sueño americano?”.

Photo of skyline of Queens Plaza on May 26, 2017. Anthony Biondo/Wikipedia Commons.

Sin contar los enormes lotes, como el que está justo afuera de Willets en Flushing Meadows, los trenes viven en un limbo, zigzagueando de un lugar a otro. Mientras te mueven, escuchas y atestiguas las vidas de los demás que entran y salen entre la seguridad del anonimato. Es un espacio introspectivo. En el tren 7 aprendí la palabra “mestiza”. Primero, escuché a mi mamá decirla y luego la estudié en tareas semanales. Terminaba las lecturas en el tren yendo y viniendo de las clases, del trabajo y a casa. Al principio tan sólo tanteé el aceptar la palabra, pasé por la decepción por su complicada extrapolación, y llegué a mi actual aceptación de ella como un término representativo de la colonización y del empoderamiento indígena mutuo. Sentí que mis sentimientos complicados eran compartidos por viajeros del tren, artistas y habitantes del área cuyo arte o cuyas razones para visitar denotaban reparos identitarios similares.

Antes del truco publicitario de medianoche de Wolkoff en 2013, 5Pointz estaba lleno de algarabía. Nada puede derrotar a las ruinas tan fácil como un placer profundo. Bailarines y emcees se reunían y, antes de las animadas manifestaciones de noviembre en contra de la demolición, hubo inauguraciones de galerías y batallas de break dance con la participación de los Dynamic Rockers. Los conciertos incluyeron a emprendedores y a leyendas como a DJ Kool Herc, el fundador del hiphop. En abril, el French Institute Alliance Française (FIAF) patrocinó una colaboración entre los artistas tunecinos eL Seed y Jaye, y SinXero, un frecuente colaborador en 5Pointz, quienes crearon graffitis de caligrafía, murales y stencils en 5Pointz. En Túnez el arte callejero es completamente ilegal. Por lo tanto, una plataforma en la que artistas internacionales muestran su talento es algo poderoso. Lo más impactante es el acto de compartir conocimiento y habilidades artísticas con artistas de otros lugares, fomentando alianzas internacionales.

El blanqueamiento ocurrió cuando los artistas de 5Pointz anunciaron que buscarían declararlo como un sitio histórico. El pintar las paredes no sólo era innecesario si iban a demoler el sitio, sino que borró el arte que necesitaba ser protegido un año antes de la fecha programada para su destrucción: era un intento de invalidarlo. En un artículo del Washington Post, Samantha Schmidt reportó que Cohen, el curador y defensor de 5Pointz, buscó obtener una orden preliminar contra Wolkoff bajo la Ley de Derechos de los Artistas Visuales. Esto sucedió después de que el intento de declarar a 5Pointz como sitio histórico fracasara debido a lo reciente de los murales. La corte había prometido pronunciarse antes de ocho días después y fue justo ahí cuando Wolkoff pintó.

En internet perduran algunos rastros de 5Pointz. El blog Vanishing New York de Jeremiah Moss aún tiene fotos cuadradas del evento de blanqueamiento con un filtro azulado ligeramente aplicado, produciendo una sensación nostálgica y fantasmagórica. Los comentarios son apasionados y varían en longitud y en decepción. Cinco años después de la demolición, bajo la Ley de Artes Visuales, el juez federal Frederic Block determinó que Wolkoff debía pagarles un total de 6’750.000 dólares a los artistas. Block decidió que 45 obras de arte habían logrado obtener suficiente reconocimiento y pidió 150.000 dólares en indemnización, la máxima cantidad posible, por cada una. El dinero, así como la pintura blanca, no logra cubrir del todo el arte que existía antes. Los tres borrados, primero por blanqueamiento, luego por destrucción y ahora por el rascacielos que lleva su nombre, son representativos del área en desarrollo que se expande a costa de sus habitantes. Primero me pareció que apropiarse del nombre era profundamente perturbador, pero ahora me parece inquietante y veo el poder de que perdure. Contemplo mis clases de traducción en la universidad en las que aprendí sobre la invocación, o el acto de crear vida a través de la voz. Así como “acepto” oficia una unión en un altar porque hay alguien atestiguando la confirmación verbal. Cuando leo “5Pointz”, en vez de imaginar las torres actuales y el lobby futurista, invoco la memoria de Biggie y el tigre; la imagen de familias distantes que ignoran las ruinas sobre las que duermen se va de mi cabeza. Ignoro la entrada minimalista que, al reducir detalles y maximizar el beige, es considerada elegante y contemporánea.

Mural of The Notorious B.I.G at 5Pointz. P.Lindgren/Wikipedia Commons.

Cerca a la entrada del edificio hay un Trader Joe’s, pero esto me gusta y también el restaurante mexicano con una estrella Michelin que tiene cócteles salados con mucho mezcal y el sitio francés de girasoles con mejillones. Ahora hay un Book Culture donde compro regalos y una enoteca que evito excepto si estoy en una cita. Caminando entre una nube de contradicciones, intento expiar la nostalgia, la rabia, e intento percibirlo todo en ciclos. Están la incongruencia inicial de la dinámica de asentarse como migrante, la frágil dualidad que invoca la palabra mestiza, el duelo por la Meca del graffiti y el disfrute de los cambios que trajo su destrucción. Veo el edificio de apartamento y me pregunto si, en efecto, está habitado. Me imagino apartamentos desocupados con lavaplatos sin usar y una renta que es tres veces la mía. ¿Fue construido para ser estéril?

Las vacantes que reemplazaron el edificio de graffitis confirman que las autoridades con poder sobre esta comunidad de clase trabajadora estaban motivadas por la industria y las ganancias. Antes de que Wolkoff comprara la fábrica en el 71, en el lugar había una rutina de hornos que filtraban aceite y que tenían medidores Trident, los cuales, al calcular la velocidad de los fluidos, fomentaron la modernización de Queens. La ya mencionada Neptune Meter Company era famosa por su tapa inferior de hierro fundido, diseñada para romperse, que se reventaba al congelarse, hecha de materiales baratos y fáciles de reemplazar. Así como el valor de los medidores de Trident derivaba de ser obsoletos y desechables, el espacio artístico de 5Pointz floreció porque el dueño del edificio consideró que era inútil, no rentable. Ahora, los apartamentos esperan por dueños que puedan costear las crecientes rentas que buscan. Esta secuencia depende de la rentabilidad y la propiedad, y ambas categorías están monopolizadas por una codicia sistémica dispuesta a destruir la cultura por el lucro.

Paso por 5Pointz con mi novio en el carro que compró con mi papá. Vivimos juntos en un apartamento en un sexto piso que mi hermano ayudó a remodelar. Cerca de un alféizar en la sala está sentada mi robusta y florecida Savila. La tengo desde los quince y me ampara. Es fuerte y hermosa y me recuerda a la casa de Caicelandia donde permanecí los primeros tres, casi cuatro años de vida antes de aterrizar aquí indocumentada. Este año puedo postularme para obtener ciudadanía estadounidense pero, justo cuando llega el momento, dudo. En mi visión color de rosa, mi rechazo es en solidaridad con “Lenapehoking”, o la Tierra de los Lenape, los habitantes originales de Brooklyn y de Queens. Junto a ellos, también pienso en barrios anteriormente negros como Corona, donde la casa de Louis Armstrong se calcificó en un museo con un jardín japonés. Tras un proceso de más de una década y cantidades infinitas de penalidades y cuotas de servicios, rechazar el pasaporte azul sólo invalidaría los sacrificios de mis padres, pero aún así la tentación de rehusarme persiste.

Mi Savila me recuerda a mañanas húmedas en Palmira: el aroma de tilos, gasolina y asfalto con lluvia. Tengo estas memorias más cerca de mí que la mayoría de pensamientos. Sin importar los cambios de lugar o de tiempo, su impresión perdura. Como algunas paredes en mi apartamento actual, Mami y yo pintamos su superficie con una esponja de mar, mezclando el espeso acrílico con agua y esmalte y poniendo la esponja mojada contra la pared, dándole una vuelta, hasta que se ven capas caleidoscópicas. El efecto es esponjoso, suave y reflexivo. Como la pintura blanca aplicada a 5Pointz, la esponja filtra el pasado. Me hace acordar de objetos que se desgastan con el tiempo y que se recrean en nuevas cosas sin perder lo que eran: piedras y arena; orugas y mariposas; renacuajos y ranas. Pienso en mi cuerpo de esta manera y también en el lenguaje. He llevado esta frase mientras me asimilo: preserva origen.

Notas al pie

¹ Jaime Rojo, Steven Harrington, “A Layered History of 5 Pointz Currently on View,” Brooklyn Street Art, 2014,https://www.brooklynstreetart.com/2014/07/09/layered-history-5pointz/

² Dmitry Kiper, “Curator of an Urban Canvas,” The Christian Science Monitor, 2007, https://www.csmonitor.com/2007/0724/p20s01-ussc.html

³ Tania Fuentez, “ART: Getting Back ‘To The Pointz’ and Roots of Hip Hop Culture,” 2013, https://taniafuentez.wordpress.com/2013/09/14/art-getting-back-to-the-pointz-and-roots-of-hip-hop-culture/

⁴ Tad Hendrickson, “Chatting With DJ Kool Herc, the Original Beat-Maker of the Bronx,” The Wall Street Journal, 2013, https://www.wsj.com/articles/SB10001424127887324507404578595820992095786

⁵ “The After Revolution at 5Pointz” Time Out Magazine, 2013, https://www.timeout.com/newyork/things-to-do/the-after-revolution-at-5-pointz

⁶ Jeramiah Moss, “5 Pointz White-Washed,” Vanishing New York, 2013, https://vanishingnewyork.blogspot.com/2013/11/5-pointz-white-washed.html?m=1

⁷ Alan Feuer, “Graffiti Artists Awarded $6.7 Million for Destroyed 5Pointz Murals,” The New York Times, 2018, https://www.nytimes.com/2018/02/12/nyregion/5pointz-graffiti-judgment.html


Nacida en Palmira, Colombia y criada en Queens, New York, María José Restrepo completó reciéntemente una maestría en la Facultad de Estudios Latinoamericanos y Caribeños en la University de Columbia. Al mismo tiempo, fue una asistente de producción en Unarthodox, donde diseñó un espacio inmersivo para la escultura a ciegas y la pintura intuitiva. Antes de eso, enseñó inglés en dos escuelas primarias en Paris, donde coincidieron su amor por el arte, la lectura y la enseñanza. Actualmente se desempeña como Development Associate en el Center for Fiction. Una firme creyente en el queso para el postre y una admiradora del color verde, los domingos consisten en merendar en el Parque Sócrates, libro en mano o un paseo en bicicleta al MoMA P.S. 1.

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